P. José Luis Correa Lira
Una virtud muchas veces olvidada es la de la gratitud. No nos cuesta pedir y hasta exigir que se nos den cosas. En eso no faltamos. Pero ¿agrademos por todo lo que se nos da? Nada es obvio, no debemos considerar nada como evidente.
A Jesús le debe haber entristecido que, luego de sanar a diez leprosos, tan solo uno volviera para agradecerle ese bien recibido gratuitamente por parte de Dios. Lo dijo con estas palabras ¿No eran diez los que quedaron limpios? ¿Dónde están los otros nueve?
Si desde niños no educamos a los hijos a usar dos palabras claves en el lenguaje cotidiano, a saber, pedir ‘por favor’ y a decir ‘gracias’, estaremos formando generaciones de malcriados.
Me gusta que el prefacio de las Misas, después del diálogo con que se inicia la plegaria eucarística y se entona el santo, digamos que “en verdad es justo darte gracias (Señor), (pues) es nuestro deber darte gracias siempre y en todo lugar (a veces agrego: por todo) Sí, es un acto de justicia ser agradecidos, para con Dios, de quien proviene todo bien, como para con los demás que nos hacen algún bien.
Si queremos una sociedad más justa, eso no se logra solo con petitorios y demandas, protestas o meras promesas, y menos aún con amenazas o violencia, sino con el cultivo y la practica de las virtudes humanas, fortaleza, templanza, prudencia y justicia. A esta última pertenece la gratitud. Vale decir: el que no es agradecido es un injusto.
Por intercesión de San José, varón casto y justo, el Señor nos haga crecer en ser más plenamente humanos al reconocer los beneficios que recibimos, y junto a ello, a agradecer por ellos y, en lo posible, tratar de retribuir dando de vuelta.
P JL
p.jlcorrealira@gmail.com