P. José Luis Correa Lira
Hace pocos días la Iglesia católica venezolana hizo el anuncio formal: comenzó el proceso de beatificación de Abraham y María Patricia Reyes. El nació en marzo de 1917 y ella el 24 de agosto de 1924. Abraham murió en septiembre de 1988 y Patricia el 15 de febrero de 2006.
Fue una pareja ejemplar y él está íntimamente ligado a los inicios de la obra educativa católica Fe y Alegría que nació en una zona popular de Caracas y hoy se extiende por 24 países en cuatro continentes.
Abraham y Patricia son de esos que el papa Francisco llama “santos de la puerta de al lado”. Él mismo lo dijo con estas palabras: “Me gusta ver la santidad en el pueblo de Dios paciente…la santidad de la puerta de al lado, la clase media de la santidad. Hay muchos matrimonios santos, donde cada uno fue instrumento de Cristo para la santificación del cónyuge”.
Es el caso de Abraham y Patricia, ambos campesinos de origen que se conocieron en Caracas, se casaron y formaron una bella familia de 13 hijos que se vio aumentada por los niños de los vecinos, a quienes cuidaban y protegían.
Eran analfabetos, como casi todas las personas en aquella época, durante la férrea dictadura de Juan Vicente Gómez. Siendo todavía un jovencito, le pusieron de manera equivocada una inyección para la gripe. El efecto fue devastador, se le cayó toda la piel y lo llevaron al hospital. Los pronósticos no eran nada buenos.
Él mismo cuenta que, como no sabía rezar, habló con la Virgen de Chiquinquirá pidiéndole tres años de vida. Si lo complacía, él iría a llevarle “alguna cosa” en agradecimiento.
Abraham estuvo en el servicio militar, trabajó como recogedor nocturno de basura, como empleado en el Hospital Militar Naval y como auxiliar de farmacia. En sus ratos libres, era albañil para construir la casa para su familia.
Abraham fue miembro de la Legión de María. Posteriormente, se convertiría en uno de los ocho primeros diáconos permanentes casados de Venezuela
Patricia era una maravilla, “una santa mujer”, según él mismo relataba. Era muy religiosa y lo quería mucho. Cuando les tocó hacer su casita, lo ayudó en todo. “Cargaba agua desde distancias largas, a veces embarazada y, cuando llegaba, me ayudaba a pegar los adobes además de cocinar para los muchachos”. Él creía que ella era un regalo de Dios.
Se fueron a vivir a un cerro que rodean a Caracas. Allí hicieron su ranchito (como se llama en Venezuela a las viviendas de gente muy pobre). Era de cartón viejo y se les quemó con unos cohetes. “El barrio se llamaba 18 de Octubre. Un fuego de artificio cayó como un rayo en Navidad sobre su rancho y lo quemó. Él no se amilanó, sino que lo vio como una señal para construir algo más espacioso pensando en el futuro de sus hijos.
En lugar de echarse a morir ante la pérdida de su ranchito, Abraham se dijo: “Bueno, Dios tiene que darme otra cosa”. Él era albañil y se puso a construir otro, más grande y mucho mejor. Era entusiasta y tenía fuerza de voluntad. Patricia no se quedaba atrás: de nuevo cargando agua por tres kilómetros cada día, además de mezclar la masa con la que él hacía los ladrillos.
Abraham era un convencido: “Fe y Alegría es una obra de la Virgen. Siempre le digo que se alegre, porque esa es su obra». Pedía a Dios que siempre lo mantuviera sencillo y humilde, como su Madre lo fue. Le pedía: “Mira, yo voy a trabajar duro en la Legión de María y tú en Fe y Alegría. Por supuesto –bromeaba- Fe y Alegría salió ganando».
Decía sentirse avergonzado de ver lo que Dios había hecho con él. Y se preguntaba: “¿Por qué conmigo, que soy un pobre campesino insignificante? ¿Por qué tantas cosas? Es demasiado lo que has dado –decía a Dios-; ¿qué he hecho yo?… ¿que puse la primera piedra en Fe y Alegría? ¿Cuántos han puesto también su piedrita como yo? ¿Por qué yo, Dios mío?”. Se sentía pequeño, pero se mostraba feliz de haber escuchado el llamado de Dios.
Dios nos regale muchos matrimonios santos canonizables.
P. JL
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