P. José Luis Correa Lira
Hoy celebramos a San Marcelino, presbítero, y san Pedro, exorcista, mártires, acerca de los cuales, de acuerdo al Martirologio Romano, el papa san Dámaso cuenta que, durante la persecución bajo Diocleciano, condenados a muerte y conducidos al lugar del suplicio, fueron obligados a cavar su propia tumba y después degollados y enterrados ocultamente, para que no quedase rastro suyo, pero más tarde, Lucila, una piadosa mujer, trasladó sus santos restos a Roma, en la vía Labicana, dándoles digna sepultura en el cementerio ‘ad Duas Lauros’ († c. 304).
Los últimos tres versos, de los nueve que componen el poema 23 del Papa Dámaso, informan que los “santísimos miembros” de los mártires permanecieron ocultos durante algún tiempo en una “cándida gruta”, hasta cuando la piadosa matrona Lucila llevada por la devoción, les dio digna sepultura. El martirio se había llevado a cabo en donde hay se encuentra Torpignattara, a tres millas de la antigua vía Labicana, la actual Casilina. Constantino edificó ahí una basílica, cerca de donde reposaban los restos de su madre santa Helena, antes de que el emperador los hiciera llevar a Constantinopla. Más tarde fue violada por los Godos, y entonces el Papa Virgilio la hizo restaurar e introdujo los nombres de los santos Marcelino y Pedro en el canon romano de la Misa, garantizando así el recuerdo y la devoción por parte de los fieles.
En Roma hay una basílica dedicada a los santos Marcelino y Pedro, edificada en 1751 sobre una base que parece se remonta a la mitad del siglo IV y en donde parece que se encontraba la casa de uno de los santos.
Recordamos una vez más la frase: sangre de los mártires, semilla de nuevos cristianos. Amén, así sea.
Bendiciones
P. JL
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