Meditación
Nuestro padre sabía lo que era la fidelidad. De hecho era la virtud que el más admiraba. Porque él era fiel, con una fidelidad más allá de la muerte.
Tres años antes de morir, Hilda, la mujer de Jesús María Pagan, le preguntó: ¿Padre, usted, cuando se vaya al cielo, que va a hacer? El padre sonrió y le respondió: me compraré un cordel largo para tirárselo a cada uno de mis hijos de Schoenstatt y llevarlos conmigo al cielo... igual como dice de María en ese trozo de la plática.
La cruzada del 31 de Mayo implica construir un mundo orgánico, pero también formar hombres que tengan sensibilidad para el cielo. Nadie va a llegar al cielo sin haberlo anhelado y nadie va a anhelarlo sin haber amado.
Pareciera que Jesús, por boca de nuestro padre, nos dijera:
Estén tranquilos, tengan una santa preocupación despreocupada. Yo no los abandonaré nunca ni mi Madre tampoco.
Si ustedes se vinculan a ella, si creen sinceramente que ella es la Virgen fiel, van a llegar al cielo, van a llegar a la plenitud del amor; eso es el cielo.
Toda la obra de la redención es un gran plan para llevar a los hombres al corazón del Padre. Ese es mi plan, mi locura, mi sueño.
Pero no los puedo llevar a la fuerza. Libremente deben optar por el amor o por el desamor; por la entrega a los demás o por el servicio de sí mismos; por la misericordia y el perdón o por el rencor y el no-olvido; por el sacrificio en bien de los otros o por la búsqueda de la propia felicidad, a costa de los otros.
Mi Madre y yo, queremos que, digna y libremente, ustedes se tomen de nuestras manos y se encaminen hacia el cielo, amando a los demás con sencillez y hondura.
La misión del 31 de Mayo que les di, a través de mi hijo José Kentenich, es para que ustedes se acostumbren a amar integradamente, no separando nunca el amor de Dios del amor al hermano. Para que no teman al amor humano, porque allí nos van a encontrar siempre