P. José Luis Correa Lira
En innumerables bodas que me toca bendecir, los novios, muchas veces sin saber si quiera porqué, piden al coro que entone el hermoso himno Panis Angelicus (compuesto por santo Tomás de Aquino)
El texto del Evangelio de la Misa de hoy nos trae las palabras que Jesús dijo a los judíos (y que éstos, obviamente no entendieron ¿Cómo puede darnos a comer su carne?)
Jesús pone como condición para permanecer en él, tener vida, vida eterna, y participar en la resurrección el último día, comer su carne y beber su sangre. Es más, agrega que su carne es verdadera comida y su sangre verdadera bebida.
Hace la diferencia entre el maná del Antiguo Testamento y Él que es pan imperecedero, garantía de vida para siempre.
Las palabras de Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm, que relata san Juan son “palabras que preparan la institución de la Eucaristía: Cristo se designa a sí mismo como el pan de vida, bajado del cielo”
Es un adelanto a lo que se realizó más tarde en la Última Cena, que recordábamos el Jueves Santo.
Dice el Catecismo: “Nuestro Salvador, en la última Cena, la noche en que fue entregado, instituyó el sacrificio eucarístico de su cuerpo y su sangre”
“En el corazón de la celebración de la Eucaristía se encuentran el pan y el vino que, por las palabras de Cristo y por la invocación del Espíritu Santo, se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo (…) “Tomó pan…”, “tomó el cáliz lleno de vino…”” . Los signos del pan y del vino se convierten misteriosamente en el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
Bendiciones en cada comunión.
P. JL
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