P. José Luis Correa Lira
¡Quédate con nosotros! Mane nobiscum Domine. Así se llama un precioso documento del Papa Juan Pablo II del 2004.
La frase, del Evangelio de hoy (Lc 24, 13-35), está tomada del diálogo de los discípulos que camino a Emaús fueron sorprendidos por el Señor resucitado que se les apareció y les explicó el sentido de todo lo ocurrido.
Esto escribió el Papa polaco para introducir esa Carta Apostólica:
“‘Quédate con nosotros, Señor, porque atardece y el día va de caída’ (cf. Lc 24, 29). Ésta fue la invitación apremiante que, la tarde misma del día de la resurrección, los dos discípulos que se dirigían hacia Emaús hicieron al Caminante que a lo largo del trayecto se había unido a ellos. Abrumados por tristes pensamientos, no se imaginaban que aquel desconocido fuera precisamente su Maestro, ya resucitado. No obstante, habían experimentado cómo «ardía» su corazón (cf. ibíd. 32) mientras él les hablaba «explicando» las Escrituras. La luz de la Palabra ablandaba la dureza de su corazón y «se les abrieron los ojos» (cf. ibíd. 31). Entre la penumbra del crepúsculo y el ánimo sombrío que les embargaba, aquel Caminante era un rayo de luz que despertaba la esperanza y abría su espíritu al deseo de la plena luz. ‘Quédate con nosotros’, suplicaron, y Él aceptó. Poco después el rostro de Jesús desaparecería, pero el Maestro se había quedado veladamente en el ‘pan partido’, ante el cual se habían abierto sus ojos.
El icono de los discípulos de Emaús viene bien para orientar un Año en que la Iglesia estará dedicada especialmente a vivir el misterio de la Santísima Eucaristía. En el camino de nuestras dudas e inquietudes, y a veces de nuestras amargas desilusiones, el divino Caminante sigue haciéndose nuestro compañero para introducirnos, con la interpretación de las Escrituras, en la comprensión de los misterios de Dios. Cuando el encuentro llega a su plenitud, a la luz de la Palabra se añade la que brota del ‘Pan de vida’, con el cual Cristo cumple a la perfección su promesa de ‘estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo’ (cf. Mt 28,20).
Ojalá (re)descubramos el inmenso valor de esta invitación a Jesús a quedarse con y en nosotros. El lo hará si se lo pedimos y posibilitamos.
Por intercesión de Aquella que sí lo hizo, pues lo recibió, engendró y dio a luz y acompañó durante toda la vida y lo sigue haciendo y ‘ayudando’ desde el cielo,
P. JL
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