P. José Luis Correa Lira
Viernes Santo.
Comparto desde el profundo silencio de este día una reflexión de San Juan Pablo II , en continuidad con lo escrito hace un par de días: “el mensaje de la cruz como mensaje de perdón. Dice Jesús a un malhechor crucificado con Él: ‘En verdad te digo, hoy estarás conmigo en el paraíso’ (Lc 23,43). Es un hecho impresionante, en el que vemos en acción todas las dimensiones de la obra salvífica, que se concreta en el perdón. Aquel malhechor había reconocido su culpabilidad, amonestando a su cómplice y compañero de suplicio, que se mofaba de Jesús: ‘Nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos’; y había pedido a Jesús poder participar en el reino que Él había anunciado: ‘Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino’ (Lc 23,42). Consideraba injusta la condena de Jesús: ‘No ha hecho nada malo’. No compartía pues las imprecaciones de su compañero de condena (‘Sálvate a ti y a nosotros’, Lc 23,39) y de los demás que, como los jefes del pueblo, decían: ‘A otros salvó, que se salve a sí mismo si es el Cristo de Dios, el Elegido’ (Lc 23,35), ni los insultos de los soldados: ‘Si tú eres el Rey de los judíos, sálvate’ (Lc 23,37).
El malhechor, por tanto, pidiendo a Jesús que se acordara de él, profesa su fe en el Redentor; en el momento de morir, no sólo acepta su muerte como justa pena al mal realizado, sino que se dirige a Jesús para decirle que pone en Él toda su esperanza.
Esta es la explicación más obvia de aquel episodio narrado por Lucas, en el que el elemento psicológico, es decir, la transformación de los sentimientos del malhechor, teniendo como causa inmediata la impresión recibida del ejemplo de Jesús inocente que sufre y muere perdonando, tiene, sin embargo, su verdadera raíz misteriosa en la gracia del Redentor, que ‘convierte’ a este hombre y le otorga el perdón divino. La respuesta de Jesús, en efecto, es inmediata. Promete el paraíso, en su compañía, para ese mismo día al bandido arrepentido y ‘convertido’. Se trata pues de un perdón integral: él que había cometido crímenes y robos… se convierte en santo en el último momento de su vida
Se diría que en ese texto de Lucas está documentada la primera canonización de la historia, realizada por Jesús en favor de un malhechor que se dirige a Él en aquel momento dramático. Esto muestra que los hombres pueden obtener, gracias a la cruz de Cristo, el perdón de todas las culpas y también de toda una vida malvada; que pueden obtenerlo también en el último instante, si se rinden a la gracia del Redentor que los convierte y salva.
Las palabras de Jesús al ladrón arrepentido contienen también la promesa de la felicidad perfecta: ‘Hoy estarás conmigo en el paraíso’. El sacrificio redentor obtiene, en efecto, para los hombres la bienaventuranza eterna. Es un don de salvación proporcionado ciertamente al valor del sacrificio, a pesar de la desproporción que parece existir entre la sencilla petición del malhechor y la grandeza de la recompensa. La superación de esta desproporción la realiza el sacrificio de Cristo, que ha merecido la bienaventuranza celestial con el valor infinito de su vida y de su muerte.
El episodio que narra Lucas nos recuerda que ‘el paraíso’ se ofrece a toda la humanidad, a todo hombre que, como el malhechor arrepentido, se abre a la gracia y pone su esperanza en Cristo. Un momento de conversión auténtica, un ‘momento de gracia’, que podemos decir con Santo Tomás, ‘vale más que todo el universo’ (I-II 113,9, ad 2), puede pues saldar las deudas de toda una vida, puede realizar en el hombre, en cualquier hombre, lo que Jesús asegura a su compañero de suplicio: ‘Hoy estarás conmigo en el paraíso’.
En otra meditación agregó lo siguiente: ‘Hoy estarás conmigo en el paraíso’ (Lc 23,43): “es la palabra más consoladora qué Jesús pronuncia en el Evangelio. Es aún más alentador el hecho de que la dirija a un malhechor.
El buen ladrón seguramente había matado, quizás más de una vez, y no sabía nada de Jesús, sino lo que había oído gritar a la muchedumbre. Pero he aquí que escucha las palabras de perdón que el Nazareno dirige a quienes los crucifican e intuye, como en un relámpago, de qué Reino había hablado aquel ‘profeta’.
Enseguida lo defiende del escarnio del otro malhechor y enseguida invoca la salvación.
Un sentimiento de solidaridad y un grito de ayuda han bastado para salvarlo.
Aquel ladrón nos representa a todos. Su rápida aventura nos enseña que el Reino predicado por Jesús no es difícil de alcanzar para cada uno que lo invoque.” El llamado «buen ladrón» recibe inmediatamente el perdón y la alegría de entrar en el reino de los cielos. ‘Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso’ (Lc 23, 43). Con estas palabras Jesús, desde el trono de la cruz, acoge a todos los hombres con misericordia infinita. San Ambrosio comenta que ‘es un buen ejemplo de la conversión a la que debemos aspirar: muy pronto al ladrón se le concede el perdón, y la gracia es más abundante que la petición; de hecho, el Señor —dice san Ambrosio— siempre concede más de lo que se le pide (…) La vida consiste en estar con Cristo, porque donde está Cristo allí está el Reino’.”
Benedicto XVI , por su parte, nos aporta esta meditación para este día de silencio y oración. Desde la cruz, una palabra de esperanza:
“‘Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso’ (Lc 23,43)
…La segunda palabra de Jesús en la cruz transmitida por san Lucas es una palabra de esperanza, es la respuesta a la oración de uno de los dos hombres crucificados con él. El buen ladrón, ante Jesús, entra en sí mismo y se arrepiente, se da cuenta de que se encuentra ante el Hijo de Dios, que hace visible el Rostro mismo de Dios, y le suplica: ‘Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino’ (v. 42). La respuesta del Señor a esta oración va mucho más allá de la petición; en efecto dice: ‘En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso’ (v. 43). Jesús es consciente de que entra directamente en la comunión con el Padre y de que abre nuevamente al hombre el camino hacia el paraíso de Dios. Así, a través de esta respuesta da la firme esperanza de que la bondad de Dios puede tocarnos incluso en el último instante de la vida, y la oración sincera, incluso después de una vida equivocada, encuentra los brazos abiertos del Padre bueno que espera el regreso del hijo.”
P. JL
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