P. José Luis Correa Lira
https://youtu.be/ctCwGVcSLbE
El texto joánico de la Misa de hoy trae la narración del episodio ocurrido en casa de Marta, María y Lázaro, o sea en Betania. Cenando con ellos María ungió los pies de Jesús con un perfume costoso (se podría haber vendido en buena plata) y de buena fragancia. Ante eso la reacción de Judas (Iscariote) no se dejó esperar. Reprochó el gesto de la mujer aludiendo que era un derroche ya que se podría haber vendido ese perfume y dado el dinero a los pobres. Jesús, sin embargo, aclaró y valoró la acción de María de Betania.
Pero entre tanto, el evangelista Juan agregó un comentario lapidario sobre su condiscípulo. Dijo que ese Judas (Iscariote) era un ladrón y que como tenía a su cargo la bolsa (o sea las finanzas del grupo, diríamos hoy) robaba lo que echaban en ella. Además, dice que no le importaban los pobres.
Dos afirmaciones severas: insensible ante los más necesitados y ladrón. Me detengo algo en esto último.
A este Judas ladrón sabemos que no le fue bien, si bien vendió a Jesús por algunas monedas, terminó quitándose la vida, al darse cuenta de la traición que había cometido. A otro ladrón, el crucificado junto a Jesús, le fue mejor, pues confesando sus pecados y proclamando que Cristo es inocente reconoció a Jesús como alguien bueno juzgado injustamente (“no ha cometido ningún crimen” (Lc 23, 41) y por ello el Crucificado le aseguró un lugar junto a sí en el cielo (Lc 23, 43) De ahí el sobrenombre, ‘el buen ladrón’.
San Roberto Bellarmino dice que “uno de los ladrones lo vitupero, mientras el otro lo glorificó y defendió; y según esta narración el buen ladrón increpó al blasfemador: “¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena?” (Lc 23,40). El ladrón fue feliz por su solidaridad con Cristo en la Cruz.”
Ya que estos meses hemos asistido y sufrido con el genocidio que está llevando a cabo Putin en Ucrania, una palabra sobre la cruz ortodoxa, cruz de tres barras o de ocho puntas. En la Iglesia ortodoxa, tanto las cruces como los crucifijos se representan con tres barras horizontales, la más alta es el titulus crucis (la inscripción que Poncio Pilatos mandó poner sobre la cabeza de Cristo en latín, griego y hebreo: INRI, ‘Jesús de Nazaret, Rey de los Judíos’), la segunda más larga representa el madero sobre el que fueron clavados las manos de Jesús y la más baja, oblicua, señala hacia arriba al Buen Ladrón y hacia abajo al Mal Ladrón.
Desde el punto de vista iconográfico el buen ladrón suele representarse durante la crucifixión colocado a la derecha de Jesucristo y mirándolo a la cara, porta una diadema sobre la cabeza, su actitud suele ser de serenidad, mientras que el mal ladrón se representa a la izquierda de Jesús y no lo mira, generalmente muestra signos de dolor y se contorsiona en la cruz. En algunas representaciones, sobre el buen ladrón se coloca un ángel que espera su muerte para ascender con su alma al Cielo, mientras que al lado del mal ladrón aparece un demonio. Los dos ladrones suelen estar atados a la cruz en lugar de clavados
Termino citando al cardenal Bellarmino al hablar de “las muchas excelentes virtudes que se manifiestan en la oración del santo ladrón. Una breve revista de ellas nos preparara para la respuesta de Cristo a la petición; ‘Señor, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino’. En primer lugar, lo llama Señor, para mostrar que se considera a sí mismo como un siervo, o más bien como un esclavo redimido, y reconoce que Cristo es su Redentor. Luego añade un pedido sencillo, pero lleno de fe, esperanza, amor, devoción, y humildad: ‘Acuérdate de mí’. No dice: Acuérdate de mí si puedes, pues cree firmemente que Cristo puede hacer todo. No dice: Por favor, Señor, acuérdate de mí, pues tiene plena confianza en su caridad y compasión. No dice: Deseo, Señor, reinar contigo en tu reino, pues su humildad se lo prohibía. En fin, no pide ningún favor especial, sino que reza simplemente: ‘Acuérdate de mí’, como si dijera: Todo lo que deseo, Señor, es que Tú te dignes recordarme, y vuelvas tus benignos ojos sobre mí, pues yo sé que eres todopoderoso y que sabes todo, y pongo mi entera confianza en tu bondad y amor. Es claro por las palabras conclusivas de su oración, ‘Cuando vengas con tu Reino’, que no busca nada perecedero y vano, sino que aspira a algo eterno y sublime.”
Señor, acuérdate de mí. Acuérdate de nosotros.
Bendiciones para esta Semana Santa que estamos empezando.
P. JL
p.jlcorrealira@gmail.com
Sugerencia: El libro del cardenal Dionigi Tettamanzi del 2005, titulado ‘El buen ladrón: meditación.’