P. José Luis Correa Lira
San Juan nos transmite en el Evangelio de la Misa de hoy una pregunta que se hicieron los judíos al escuchar que Jesús les dijo que se iría y que donde él iba no podían ir ellos. Se cuestionaron si él quería suicidarse.
El suicidio es algo terrible. Y en este tiempo de pandemia, sobre todo en el primer año, el de mayor (un tiempo largo fue de total) encierro la cifra de suicidios creció enormemente.
¿Qué dice la doctrina de la Iglesia al respecto? En los numerales 2280 y siguientes leemos:
“Cada cual es responsable de su vida delante de Dios que se la ha dado. El sigue siendo su soberano Dueño. Nosotros estamos obligados a recibirla con gratitud y a conservarla para su honor y para la salvación de nuestras almas. Somos administradores y no propietarios de la vida que Dios nos ha confiado. No disponemos de ella.”
“El suicidio contradice la inclinación natural del ser humano a conservar y perpetuar su vida. Es gravemente contrario al justo amor de sí mismo. Ofende también al amor del prójimo porque rompe injustamente los lazos de solidaridad con las sociedades familiar, nacional y humana con las cuales estamos obligados. El suicidio es contrario al amor del Dios vivo.”
“Si se comete con intención de servir de ejemplo, especialmente a los jóvenes, el suicidio adquiere además la gravedad del escándalo. La cooperación voluntaria al suicidio es contraria a la ley moral. Trastornos psíquicos graves, la angustia, o el temor grave de la prueba, del sufrimiento o de la tortura, pueden disminuir la responsabilidad del suicida.”
“No se debe desesperar de la salvación eterna de aquellas personas que se han dado muerte. Dios puede haberles facilitado por caminos que El solo conoce la ocasión de un arrepentimiento salvador.”
“El suicidio es gravemente contrario a la justicia, a la esperanza y a la caridad. Está prohibido por el quinto mandamiento.”
En la encíclica de san Juan Pablo II publicada el 25 de marzo de 1995, Evangelium Vitae, que trata sobre el valor y el carácter inviolable de la vida humana, encontramos esta reflexión con elementos de psicología pastoral:
“El suicidio es siempre moralmente inaceptable, al igual que el homicidio. La tradición de la Iglesia siempre lo ha rechazado como decisión gravemente mala. Aunque determinados condicionamientos psicológicos, culturales y sociales puedan llevar a realizar un gesto que contradice tan radicalmente la inclinación innata de cada uno a la vida, atenuando o anulando la responsabilidad subjetiva, el suicidio, bajo el punto de vista objetivo, es un acto gravemente inmoral, porque comporta el rechazo del amor a sí mismo y la renuncia a los deberes de justicia y de caridad para con el prójimo, para con las distintas comunidades de las que se forma parte y para la sociedad en general. En su realidad más profunda, constituye un rechazo de la soberanía absoluta de Dios sobre la vida y sobre la muerte (…) Compartir la intención suicida de otro y ayudarle a realizarla mediante el llamado «suicidio asistido» significa hacerse colaborador, y algunas veces autor en primera persona, de una injusticia que nunca tiene justificación, ni siquiera cuando es solicitada.” (EV 66)
Y, por supuesto, en la Iglesia oramos por las personas que han atentado contra su vida y por sus seres queridos que muchas veces se recriminan por no haber estado atentos y alertas y, eventualmente, haber evitado tan lamentable y doloroso desenlace. Por experiencia, aunque sea poca, les puedo confiar que consolar a esos deudos es muy difícil…
Bendiciones
P. JL
p.jlcorrealira@gmail.com