P. José Luis Correa Lira
Dar testimonio. Diez veces aparece este verbo en el texto del Evangelio según san Juan de la Misa de hoy.
Testimoniar a favor (porque también se puede en contra), transformarse en testigo. En el catecismo de la Iglesia la referencia a este encargo está íntimamente relacionada con el sacramento de la confirmación.
Así por ejemplo en el numeral 1816 leemos: “El discípulo de Cristo no debe sólo guardar la fe y vivir de ella, sino también profesarla, testimoniarla con firmeza y difundirla.”
A los bautizados “el sacramento de la confirmación los une más íntimamente a la Iglesia y los enriquece con una fortaleza especial del Espíritu Santo. De esta forma se comprometen mucho más, como auténticos testigos de Cristo, a extender y defender la fe con sus palabras y sus obras” (LG 11)”
La confirmación “concede una fuerza especial del Espíritu Santo para difundir y defender la fe mediante la palabra y las obras como verdaderos testigos de Cristo, para confesar valientemente el nombre de Cristo y para no sentir jamás vergüenza de la cruz (Cfr. LG 11,12)”
Este otro texto es más fuerte:
“Como todos los fieles, los laicos están encargados por Dios del apostolado en virtud del bautismo y de la confirmación y por eso tienen la obligación y gozan del derecho, individualmente o agrupados en asociaciones, de trabajar para que el mensaje divino de salvación sea conocido y recibido por todos los hombres y en toda la tierra; esta obligación es tanto más apremiante cuando sólo por medio de ellos los demás hombres pueden oír el Evangelio y conocer a Cristo. En las comunidades eclesiales, su acción es tan necesaria que, sin ella, el apostolado de los pastores no puede obtener en la mayoría de las veces su plena eficacia (cf. LG 33).”
Que esto no quede en buenos deseos y definiciones.
Bendiciones
P. JL
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