P. José Luis Correa Lira
Los niños “son las víctimas de nuestra soberbia, la de los adultos” dijo el Papa Francisco el pasado miércoles 16.
La soberbia es un pecado capital, porque da origen a otros pecados. En efecto, de la soberbia proceden la ambición, la jactancia (proclamar los propios méritos), la presunción (creerse capaz de cosas que exceden las propias fuerzas) el sobrevalorarse…
Frente a los demás, los soberbios se creen y sienten grandes y virtuosos porque empequeñecen a los demás (los miran en menos) considerándolos inferiores, imperfectos, despreciándolos.
Frente a Dios, el soberbio se atribuye a sí mismo aquel poco bien que parece hacer y niega que le venga de la misericordia de Dios o, aunque atribuye a Dios el bien que hace, desprecia a los que no lo hacen y se exalta sobre ellos (San Agustín)
Por eso es bueno cultivar el no creerse superior o mejor que los demás; no ser autosuficiente (bastarse a sí mismo) creyendo que se puede prescindir de los demás.
Los soberbios caen en ser narcisistas (autoglorificándose, echándose incienso a sí mismo, habituados a aplaudirse a sí mismos, se citan a sí mismos etc.) autoreferenciales. En vez de hacer un examen de conciencia, hacen un examen de autocomplacencia y no conocen ni practican la autocrítica.
Dios dispersa a los soberbios de corazón, como canta la Virgen María en el Magníficat (Lc 1); resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes. (St 4:6, cita Pr Proverbios 3, 34 y 1Pedro 5, 5)
Comentando la parábola que trae Lucas (18, 9-14) dice San Agustín que, “el fariseo era soberbio en sus buenas obras; El publicano (pecador) era humilde en sus obras malas. Más agradó a Dios la humildad en las obras malas, que la soberbia en las obras buenas.”
Termino citando al Papa Francisco:
“Los supuestamente más adelantados dentro de su familia, se vuelven arrogantes e insoportables. La actitud de humildad (…) es parte del amor, porque para poder comprender, disculpar o servir a los demás de corazón, es indispensable sanar el orgullo y cultivar la humildad (…) La lógica del amor cristiano no es la de quien se siente más que otros y necesita hacerles sentir su poder, (…) En la vida familiar no puede reinar la lógica del dominio de unos sobre otros, o la competición para ver quién es más inteligente o poderoso, porque esa lógica acaba con el amor.” (Amoris Laetitia 98)
Bendiciones
P. JL
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