P. José Luis Correa Lira
Hace menos de un mes, en su catequesis semanal de cada miércoles, al finalizar el ciclo destinado a reflexionar sobre San José, el Papa Francisco dijo algo que me parece muy importante recordar y profundizar:
“Hoy es común, es de todos los días criticar a la Iglesia, subrayar las incoherencias —hay muchas—, subrayar los pecados, que en realidad son nuestras incoherencias, nuestros pecados, porque desde siempre la Iglesia es un pueblo de pecadores que encuentran la misericordia de Dios. Preguntémonos si, en el fondo del corazón, nosotros amamos a la Iglesia, así como es. Pueblo de Dios en camino, con muchos límites, pero con muchas ganas de servir y amar a Dios. De hecho, solo el amor nos hace capaces de decir plenamente la verdad, de forma no parcial; de decir lo que está mal, pero también de reconocer todo el bien y la santidad que están presentes en la Iglesia, a partir precisamente de Jesús y de María. Amar la Iglesia, custodiar la Iglesia y caminar con la Iglesia. Pero la Iglesia no es ese grupito que está cerca del sacerdote y manda a todos, no. La Iglesia somos todos, todos. En camino”
Me identifico plenamente con esa observación papal. La Iglesia somos todos, cada uno, entonces yo soy Iglesia. Yo hago presente (o ausente) la Iglesia en mi ambiente, con palabras y actitudes, con el testimonio creíble, no necesariamente impecable, pues no se pretende pedir a nadie lo que es solo de Dios, el Perfecto.
Amar a la Iglesia fue el epitafio que escogió el fundador de Schoenstatt para que fuese colocado en su tumba. A la Iglesia (jerárquica) que lo cuestionó, lo condenó (el ‘santo’ Oficio en su época). Iglesia santa en su origen y su conducción por el Espíritu Santo, pero débil y limitada, compuesta por puros pecadores (todos sin excepción, también los santos lo fueron y reconocieron).
Amor a la Iglesia que significa servir a la Iglesia y, como dice el Papa, ‘custodiar’ a la Iglesia, los verdaderos tesoros que esta ha recibido por encargo divino: Jesús, María y José en primer lugar pues, en palabras del Papa Bergoglio son “en un cierto sentido el núcleo primordial de la Iglesia.”
Quiero como José, continuar protegiendo a la Iglesia, amparando al Niño y a su madre, amando a la Iglesia, amando al Niño y a su madre. Imitemos su ejemplo nos pide el Papa Francisco.
La “historia de Iglesia, que es gloriosa en la medida en que es una historia de sacrificio, de esperanza, de lucha cotidiana, de vida gastada en el servicio, de perseverancia en el trabajo duro” .
Con el padre Kentenich rezo:
“Sus arrugas, faltas y debilidades nunca destruirán mi respeto por ella;
no permitiré jamás que sus limitaciones humanas me aparten del gran amor que le profeso. Lo que hacia afuera no pueda aumentar su honra, siempre me guardaré de publicarlo; sobre ello extiendo un manto de silencio y lo expío con una vida de santidad.”
A eso trato de dedicarme y los invito a intentarlo, cada uno a su modo y según su carisma.
Bendiciones
P. JL
p.jlcorrealira@gmail.com