P. José Luis Correa Lira
Hoy es miércoles de Ceniza. Hace un par de años , el Papa Francisco, justo antes que se iniciara la Pandemia dijo algunas cosas que comparto aquí: “comenzamos el camino cuaresmal, un camino de cuarenta días hacia la Pascua, hacia el corazón del año litúrgico y de la fe. Es un camino que sigue el de Jesús, que al principio de su ministerio se retiró durante cuarenta días para rezar y ayunar, tentado por el diablo, en el desierto. Precisamente del significado espiritual del desierto es lo que me gustaría hablaros hoy. De lo que el desierto significa espiritualmente para todos nosotros (…) Imaginemos que estamos en un desierto. La primera sensación sería la de encontrarnos rodeados de un gran silencio: ningún ruido, aparte del viento y nuestra respiración. El desierto es, pues, el lugar de la separación del ruido que nos rodea. Es la ausencia de palabras para dar lugar a otra Palabra, la Palabra de Dios, que como una suave brisa acaricia nuestros corazones (cf. 1 Reyes 19:12). El desierto es el lugar de la Palabra, con mayúscula. En efecto, en la Biblia, al Señor le gusta hablarnos en el desierto (…) En el desierto se escucha la Palabra de Dios, que es como un sonido leve (…) En el desierto se reencuentra la intimidad con Dios, el amor del Señor. A Jesús le gustaba retirarse todos los días a lugares desiertos para orar (cf. Lc 5, 16). Nos enseñó a buscar al Padre, que nos habla en silencio. Y no es fácil hacer silencio en el corazón, porque siempre intentamos hablar un poco, estar con los demás.
La Cuaresma es el momento propicio para hacer sitio a la Palabra de Dios. Es el tiempo de apagar el televisor y abrir la Biblia. Es el momento de desconectarnos del móvil y conectarnos al Evangelio (…) La Cuaresma es desierto, es el tiempo para renunciar, para desconectarnos del móvil y conectarnos al Evangelio. Es el momento de renunciar a palabras inútiles, chismes, habladurías, cotilleos, y hablar y tratar al Señor de ‘tú’. Es el momento de dedicarnos a una sana ecología del corazón, de hacer limpieza. Vivimos en un ambiente contaminado por demasiada violencia verbal, por tantas palabras ofensivas y dañinas, que la red amplifica (…) Estamos inundados de palabras vacías, de publicidad, de mensajes solapados (…) Nos cuesta distinguir la voz del Señor que nos habla, la voz de la conciencia, la voz del bien. Jesús, llamándonos al desierto, nos invita a escuchar lo que importa, lo importante, lo esencial (…) necesitamos hablar con Dios: necesitamos rezar. Porque sólo ante Dios salen a la luz las inclinaciones del corazón y cae la doblez del alma. He aquí el desierto, un lugar de vida, no de muerte, porque dialogar en silencio con el Señor nos devuelve la vida (…) El desierto es el lugar de lo esencial. Miremos nuestras vidas: ¡cuántas cosas inútiles nos rodean! Perseguimos mil cosas que parecen necesarias y en realidad no lo son. ¡Qué bien nos haría deshacernos de tantas cosas superfluas, redescubrir lo que importa, encontrar los rostros de los que están a nuestro lado! Jesús también nos da un ejemplo de esto al ayunar. Ayunar es saber renunciar a las cosas vanas, a lo superfluo, para ir a lo esencial. El ayuno no es sólo para perder peso, el ayuno es ir precisamente a lo esencial, es buscar la belleza de una vida más simple (…) el desierto es el lugar de la soledad (…) El camino en el desierto cuaresmal es un camino de caridad hacia los más débiles.
Oración, ayuno, obras de misericordia: este es el camino en el desierto cuaresmal (…) entremos en este desierto de la Cuaresma, sigamos a Jesús en el desierto: con Él nuestros desiertos florecerán.”
Bendiciones
P. JL
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