P. José Luis Correa Lira
El lunes de esta semana el calendario litúrgico recordaba a un gran santo y doctor de la Iglesia del siglo once, San Pedro Damián, de quien cito algo que me pareció notable: “transmitamos fielmente a nuestros sucesores el legado de nuestros predecesores.”
El Evangelio según san Lucas nos habla hoy (Lc 6, 39-45) de los frutos buenos que solo puede dar un árbol bueno, pues no hay árbol malo que pueda dar frutos buenos. Y se trata de dar frutos buenos, abundantes y que permanezcan.
Un texto neotestamentario complementario dice así: ‘Por sus frutos los conocerán’ (Mt 7, 20)
En la primera lectura de la Misa de este domingo (previo al inicio de la Cuaresma, el miércoles de Ceniza, el 2 de marzo), el Libro del Sirácide señala que el fruto muestra como ha sido el cultivo de un árbol.
La doble condición para dar fruto como discípulos de Jesús es, por un lado, permanecer unido, vinculado a Jesús. Vale decir, crecer en la amistad con el Señor mediante la oración de todos los días, la escucha y la docilidad a su palabra (leer el Evangelio) la participación en los Sacramentos, especialmente la Eucaristía y la Reconciliación (con mayor razón ahora que iniciamos el tiempo de preparación a la Semana Santa, tiempo que no es solo para el ayuno y abstinencia, sino de mayor e intensificada vida de oración) Y, por otro lado, permanecer vinculado a la Iglesia, es decir, participar activamente en la comunidad creyente
El Papa Francisco dijo en cierta ocasión que “los frutos de esta unión profunda con Jesús son maravillosos: toda nuestra persona es transformada por la gracia del Espíritu: alma, inteligencia, voluntad, afectos, y también el cuerpo, porque somos unidad de espíritu y cuerpo. Recibimos una forma nueva de ser, la vida de Cristo se convierte en la nuestra: podemos pensar como Él, actuar como Él, ver el mundo y las cosas con los ojos de Jesús”.
Ayer, en la familia Lira, recordábamos el cumpleaños del Tata, Francisco Javier Lira Montecino. Me reconozco, en gran parte también, fruto de ese tan buen árbol y le agradezco a Dios haberlo gozado y haber podido aprender junto a él tantas, sí, muchísimas cosas.
En la literatura schoenstattiana se encuentra una frase que resume lo dicho al inicio: ‘Lo que han heredado han de conquistarlo para poseerlo’. Por eso: ¡guardamos su herencia!
P. JL
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