P. José Luis Correa Lira
Mc 10, 1-12, junto con Jn 2 (Boda de Caná) es otro de los textos más usados en las Misas de matrimonios.
El Evangelista Marcos nos transmite palabras de Jesús que cita del Antiguo Testamento: un dato fundamental de la creación del ser humano, en su doble y complementaria versión de varón y mujer. Agrega que han de dejar el hogar de origen, con gratitud, para unirse y formar un solo y nuevo ser, una sola carne, textualmente. Y finaliza con la aseveración: lo que Dios unió, que no lo separe el hombre.
En el texto hay entonces una alusión a la dimensión unitiva de la unión conyugal, de la exclusividad y de su indisolubilidad. El bien de los cónyuges (bonum coniugum), que “incluye la unidad, la apertura a la vida, la fidelidad y la indisolubilidad.” (AL 77)
Por eso advierte del pecado de adulterio que se comete al divorciarse y ‘casarse’ con otra persona. Un tema por supuesto muy duro y desafiante para la pastoral con parejas en segunda unión. En su Exhortación Apostólica sobre la Alegría del Amor el Papa Francisco nos invita a tener cuidado pastoral especial y especializado para con divorciados en nueva unión (Cf. AL 246)
En el numeral 243 se explaya más: “A las personas divorciadas que viven en nueva unión, es importante hacerles sentir que son parte de la Iglesia, que ‘no están excomulgadas’ y no son tratadas como tales, porque siempre integran la comunión eclesial. Estas situaciones ‘exigen un atento discernimiento y un acompañamiento con gran respeto, evitando todo lenguaje y actitud que las haga sentir discriminadas, y promoviendo su participación en la vida de la comunidad. Para la comunidad cristiana, hacerse cargo de ellos no implica un debilitamiento de su fe y de su testimonio acerca de la indisolubilidad matrimonial, es más, en ese cuidado expresa precisamente su caridad’.”
Más adelante añade lo siguiente en los numerales 298 y 299:
“Los divorciados en nueva unión, por ejemplo, pueden encontrarse en situaciones muy diferentes, que no han de ser catalogadas o encerradas en afirmaciones demasiado rígidas sin dejar lugar a un adecuado discernimiento personal y pastoral. Existe el caso de una segunda unión consolidada en el tiempo, con nuevos hijos, con probada fidelidad, entrega generosa, compromiso cristiano, conocimiento de la irregularidad de su situación y gran dificultad para volver atrás sin sentir en conciencia que se cae en nuevas culpas (…) También está el caso de los que han hecho grandes esfuerzos para salvar el primer matrimonio y sufrieron un abandono injusto, o el de ‘los que han contraído una segunda unión en vista a la educación de los hijos, y a veces están subjetivamente seguros en conciencia de que el precedente matrimonio, irreparablemente destruido, no había sido nunca válido’. Pero otra cosa es una nueva unión que viene de un reciente divorcio, con todas las consecuencias de sufrimiento y de confusión que afectan a los hijos y a familias enteras, o la situación de alguien que reiteradamente ha fallado a sus compromisos familiares. Debe quedar claro que este no es el ideal que el Evangelio propone para el matrimonio y la familia. (…)” (AL 298)
“Los bautizados que se han divorciado y se han vuelto a casar civilmente deben ser más integrados en la comunidad cristiana en las diversas formas posibles, evitando cualquier ocasión de escándalo. La lógica de la integración es la clave de su acompañamiento pastoral, para que no sólo sepan que pertenecen al Cuerpo de Cristo que es la Iglesia, sino que puedan tener una experiencia feliz y fecunda. (…) Su participación puede expresarse en diferentes servicios eclesiales: es necesario, por ello, discernir cuáles de las diversas formas de exclusión actualmente practicadas en el ámbito litúrgico, pastoral, educativo e institucional pueden ser superadas. Ellos no sólo no tienen que sentirse excomulgados, sino que pueden vivir y madurar como miembros vivos de la Iglesia, sintiéndola como una madre que les acoge siempre, los cuida con afecto y los anima en el camino de la vida y del Evangelio.” (AL 299)
Agradezco la iniciativa tomada por mi hermano de comunidad padre Antonio Cosp de armar y acompañar una Pastoral de la Esperanza, para acoger y sostener a estas uniones. Me alegra que también se replique en otros países como es el caso de Costa Rica.
P. JL
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