Una de las medidas más útiles para tratar de evitar el contagio con el COVID 19, junto con el uso de las mascarillas, la vacunación y el prudente distanciamiento social (muy cuestionable, pues varía mucho de país en país y a la larga se termina por incumplir, sobre todo en lugares de mayor concentración de gente. Para que decir en los buses, aviones, supermercados, bancos etc.) ha sido la recomendación de lavarse las manos reiteradas veces al día. Ya es parte del atuendo cotidiano llevar un gel o jabón líquido consigo a todas partes.
En el Evangelio de la Eucaristía de hoy Marcos nos presenta una situación en la vida de Jesús en la que fariseos y escribas se acercan a Jesús para acusar a los discípulos por comer con las manos impuras (en general, por tradición los judíos no comían sin antes haberse lavado las manos hasta el codo)
Por limpieza exterior o por salud corporal, el hecho es que cobra sentido esta higiene preventiva y purificadora. Otra cosa totalmente distinta es lavarse las manos al estilo Pilato, que se desentiende del caso y la acusación contra Jesús y con ese gesto piensa quedar libre de su complicidad en la condena a muerte del Justo.
No caigamos en puritanismos, ni cinismos, así como tampoco en exageraciones innecesarias.
Que ganas de volver a estrechar las manos nuevamente sin temor a eventuales contagios.