El Evangelio (Lc 4, 21 – 30) de este último domingo de enero nos trae un brutal cambio de actitud frente a Jesús.
Al inicio, luego que Jesús afirmara rotundamente que las palabras del profeta Isaías se cumplen en Él, quienes lo escuchaban en la Sinagoga de Nazaret le dan su aprobación y admiran su sabiduría.
Pero al final del episodio estos mismos se enojan, montan en cólera, lo rechazan, lo expulsan sacándolo fuera de la ciudad y lo quieren matar intentándolo arrojar por el precipicio de la montaña sobre la que estaba construida la ciudad, en la que se crio.
Se trata de una actitud acomodaticia que muchas veces se da también en la vida de nosotros. Cuando algo nos gusta y conviene, estamos de acuerdo. Cuando no nos gusta y no nos conviene, estamos en contra. Incluso frente a materias de fe, pronunciamientos magisteriales del Papa y de los obispos en comunión con él, etc. ¡Una fe tibia, superficial, acomodaticia!, según convenga a los propios intereses, que no me cuestione ni complique.
Es muy claro lo que afirma y exige Jesús en otro momento: “El que no está conmigo está contra mi” (Mt 12, 30)
En el seguimiento y adhesión a Jesús cada uno debería cuestionarse si su fe es auténtica y sincera, o de alguna manera interesada. El riesgo es el de aguar la propia adhesión a Cristo con los cálculos de la conveniencia.
En una ocasión el Papa Francisco propuso hacerse “un buen test de cómo nosotros seguimos a Jesús: ¿interesados o no?”. Y así, decía “seremos capaces de purificar nuestra fe de todo interés”.