Si ayer meditábamos sobre la fe, ‘como un granito de mostaza’, hoy el Evangelio nos transmite un episodio dramático en la vida de los discípulos de Jesús, cuando en el lago en que se encontraban experimentaron la furia del viento y las olas que se estrellaban contra la embarcación y la llenaban de agua.
Los discípulos despertaron a Jesús, que dormía en la popa, y lo increparon pues pensaban que a él esa situación no le importaba.
El Señor no solo se despertó, sino que reprendió al viento que cesó al cual sobrevino una gran calma.
Ahora viene la contrapregunta de Jesús a los suyos: ¿porque tienen miedo, aun no tienen fe?
Así es en nuestras vidas también. Muchos miedos y temores porque nos falta fe, que es confianza en el poder (‘hasta el viento y el mar le obedecen’) y la bondad de Dios, abandono a su Providencia, entrega filial, como niño.
Dios nos regale esa tranquilidad y seguridad que da el saberse amado y sostenido por Dios; “en toda circunstancia, creo y confío ciegamente, amén.”
Esa es mi fe, que expreso con estas oraciones del padre Kentenich:
“Creo firmemente, que nunca perecerá quien permanece fiel a su alianza de amor. ” “Aun en las tormentas y en los peligros guardarás fidelidad perenne a la Alianza que sellaste con nosotros y que, con tantas gracias, tú has bendecido. ”