Cuando se tiene la oportunidad de peregrinar a Tierra Santa, un detalle casi anecdótico que resaltan los guías es tomar en la mano una semilla de mostaza. Normalmente lo hacen en el huerto.
La motivación no les viene por el lado de la agronomía, sino para explicar y explicitar vivencialmente lo dicho por Jesús en la parábola del Evangelio de la Misa de hoy.
Marcos relata así esa comparación que hace el Señor del Reino de Dios con la semilla de mostaza. Dice que, si bien es la más pequeña, después de ser sembrada crece y se convierte en el mayor de los arbustos y echa ramas tan grandes, que los pájaros pueden anidar a su sombre.
En otra ocasión Jesús se refiere a la fe, que, aunque fuera poca, como un granito de mostaza, esa podría hasta mover montañas.
¿Cómo es mi fe? ¿Pequeña? Y si es así, ¿la protejo? ¿la riego? ¿la cultivo?, ¿la comparto, para que otros puedan encontrar en ese arbusto un lugar donde anidar, donde cobijarse?
Termino con una oración del padre Kentenich, que musicalizada gustábamos mucho de cantar al inicio de Misas en Bellavista, junto al Santuario de Schoenstatt.
“Padre, nos escogiste en Cristo como instrumento para su Reino, como semilla, luz y levadura, para la redención del mundo”.