P. José Luis Correa Lira
“No se enciende una lámpara para ponerla bajo el celemín”. Así reza una estrofa de una canción. Y sigue: “brillar, hasta consumirse, iluminar a un mundo en tiniebla…”
Ciertamente la inspiración bíblica, neotestamentaria de este canto es evidente. El texto del Evangelio según san Marcos, de la Eucaristía de hoy así nos lo recuerda. En la versión de san Mateo, al final del sermón de la montaña, de las bienaventuranzas, suena parecido.
Nos recuerda uno de los ritos del bautismo, cuando al recién bautizado, se le entrega la candela encendida, con la llama tomada del cirio pascual. Cuando se trata de un neófito bebé o muy pequeño, la vela la reciben sus padres y padrinos, con el encargo de ser ellos para su hijo(a) y ahijado(a) una luz que ilumine su camino, su vida de fe. Y que cuiden que no se apague (no literal, sino figurativamente)
Podemos preguntarnos si hemos sido luz para otros, si hemos hecho brillar esa luz para que alumbre en la vida muchas veces oscura de tantos, en sus tormentos y tribulaciones, en sus dudas y confusiones, en sus angustias y soledades.
La fe no es algo privado, sino que debe poder compartirse, proponerse, no por imposición sino por irradiación y contagio. Una luz enciende otra luz, y así se transforma en un foco potente e irresistible.
Pidamos a Cristo el Señor, luz de las naciones, sea también la luz que ilumina nuestros pasos.
P. JL
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