La pregunta ética que le plantearon a Jesús es si se puede hacer algo prohibido. En concreto se refería la pregunta al descanso del sábado de los judíos. La respuesta de Jesús va más allá de lo que no estaba permitido en día sábado y dice que el sábado, declarado sagrado (Cf. Ex 20, 11) o sea las leyes, se hicieron para el hombre y no el hombre para las leyes. Da cierto margen de libertad en el sentido de no ser esclavo de formas y normas. Algunas pueden relativizarse y adaptarse.
En su Carta apostólica Dies Domini, san Juan Pablo II decía que Jesús “obró muchas curaciones el día de sábado (cf. Mt 12,9-14 y paralelos), ciertamente no para violar el día del Señor, sino para realizar su pleno significado: ‘El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado’ (Mc 2, 27). Oponiéndose a la interpretación demasiado legalista de algunos contemporáneos suyos, y desarrollando el auténtico sentido del sábado bíblico, Jesús, ‘Señor del sábado’ (Mc 2,28), orienta la observancia de este día hacia su carácter liberador, junto con la salvaguardia de los derechos de Dios y de los derechos del hombre.” (DD 63)
Y en una catequesis el 14 de octubre de 1987 dijo que “la respuesta que dio Jesús a los fariseos que reprobaban a sus discípulos el que arrancasen las espigas de los campos llenos de grano para comérselas en día de sábado, violando así la Ley mosaica (…) concluye con dos afirmaciones perentorias, inauditas para los fariseos: “Pues yo os digo, que lo que hay aquí es más grande que el templo…”; y “El Hijo del Hombre es señor del sábado” (Mt 12, 6, 8; cf. Mc 2, 27-28). Son declaraciones que revelan con toda claridad la conciencia que Jesús tenía de su autoridad divina. El que se definiera “como superior al templo” era una alusión bastante clara a su trascendencia divina. Y proclamarse “señor del sábado”, o sea, de una Ley dada por Dios mismo a Israel, era la proclamación abierta de la propia autoridad como cabeza del reino mesiánico y promulgador de la nueva Ley. No se trataba, pues, de simples derogaciones de la Ley mosaica, admitidas también por los rabinos en casos muy restringidos, sino de una reintegración, de un complemento y de una renovación que Jesús enuncia como inacabables: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mt 24, 35). Lo que viene de Dios es eterno, como eterno es Dios.”