En la escena narrada por Marcos en el Evangelio de hoy encontramos anticipadamente el motivo real por el cual al final de la vida de Jesús lo condenan. La blasfemia. Se cuestionan los escribas presentes cuando Jesús sanó al paralítico, pero antes le perdonó sus pecados, cosa que alteró e indignó a estos personajes. Ellos exclamaron: ‘Eso es blasfemia’, pues solo Dios puede perdonar los pecados. No aceptaban que Jesús se igualara a Dios, hablase de Dios como su Padre, hiciera cosas que solo son atribuibles a Dios (como el perdón de los pecados).
Pero Jesús tuvo que soportar esa incredulidad y además de perdonar los pecados al pobre hombre que llevaban cargando entre cuatro y que descolgaron abriendo un agujero en el techo, lo sanó y le mandó tomar su camilla e irse a casa.
La exclamación final de todos (probablemente no de los escribas hipercríticos y contrarios a Jesús), que quedaron atónitos fue esa: ¡nunca habíamos visto cosa igual!
Ojalá que cuando seamos testigos de cosas y prodigios nunca antes vistos, reconozcamos la bondad y misericordia de Dios para con nosotros y le demos gloria y gracias, y no dar nada nunca por obvio, ya que nada es evidente.
Como María en el Magníficat, proclamemos las grandezas del Señor.