P. José Luis Correa Lira
Hoy celebramos la solemnidad de la Epifanía del Señor, su manifestación a todo el mundo representado en los sabios de Oriente, los así llamados ‘Reyes Magos’. Ese es un primer mensaje de este día: la universalidad de la salvación. Es para todos; nadie está excluido.
Un segundo mensaje va en la línea de lo que produjo la estrella que los condujo hasta el pesebre. Hay que pedir el don de la iluminación (muchas veces lo pedimos al Espíritu Santo: ‘¡Ilumíname, guíame…!”) Para no caer y quedarse en el error
“Como los magos, también nosotros debemos dejarnos instruir por el camino de la vida, marcado por las inevitables dificultades del viaje.” (Francisco Epifanía 2021)
Y el tercer momento, que es el más impactante: la Adoración. ‘Nunca tan grandes como cuando de rodillas’ decía el padre Hurtado
Mateo en su narración dice de los sabios de Oriente que “cayendo de rodillas lo adoraron” (Mt 2,11). La adoración era el homenaje reservado a los soberanos, a los grandes dignatarios.
Tomo algunas ideas expresadas por el Papa Francisco en esta fiesta hace un año :
Arrodillándose ante el Niño nacido en Belén, expresaron una adoración que era sobre todo interior: abrir los cofres que llevaban como regalo fue signo del ofrecimiento de sus corazones.
Los magos adoraron a Aquel que sabían que era el rey de los judíos (cf. Mt 2,2). Pero vieron a un niño pobre con su madre. Supieron trascender aquella escena tan humilde y corriente, reconociendo en aquel Niño la presencia de un soberano. Fueron capaces de “ver” más allá de la apariencia. Para adorar al Señor es necesario “ver” más allá del velo de lo visible, que frecuentemente se revela engañoso.
Herodes y los notables de Jerusalén representan la mundanidad, perennemente esclava de la apariencia, ven y no saben ver, por su capacidad esclava de la apariencia, y en busca de entretenimiento. La mundanidad sólo da valor a las cosas sensacionales, a las cosas que llaman la atención de la masa.
El Señor está en la humildad, es ese niño, humilde, huye de la ostentación, que es producto de la mundanidad.
Hay que tener una mirada que, sin dejarse deslumbrar por los fuegos artificiales del exhibicionismo, busca en cada ocasión lo que no es fugaz. Busca al Señor. Nosotros, por eso, como escribe el apóstol Pablo, «no nos fijamos en lo que se ve, sino en lo que no se ve; en efecto, lo que se ve es transitorio; lo que no se ve es eterno» (2 Co 4,18).
Que el Señor Jesús nos haga verdaderos adoradores suyos, capaces de manifestar con la vida su designio de amor, que abraza a toda la humanidad.
Que sepamos adorar, esta oración de adoración. Porque sólo a Dios hay que adorar.
P. JL
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