P. José Luis Correa Lira
En una de las tantas oraciones que compuso el padre Kentenich durante su larga estada como prisionero de la Gestapo en el Campo de Concentración de Dachau, durante la Segunda Guerra Mundial, escribió esta estrofa dedicada al santo de hoy, san Francisco Javier:
“La Compañía se esforzaba por complacer a Dios y bajo su mirada crecía fecunda; por ello Francisco Javier se creía especialmente protegido por Dios y utilizado por él de continuo como instrumento para su reino.”
Este navarro fue uno de los primeros compañeros de san Ignacio de Loyola en la Universidad de París. En 1541 fue enviado a predicar el Evangelio de Jesucristo a Oriente. Como misionero (‘patrono de las misiones’), evangelizó la India, Sri Lanca, las Islas Molucas y Japón, muriendo a las puertas de China en la Isla de Sanchón, absolutamente consumido por la pasión de buscar la gloria de Dios (‘a la mayor gloria de Dios’, como reza la consiga ignaciana) y la salvación de todos los hombres.
Termino compartiendo las otras estrofas de la oración kentenijiana , tan llena de admiración por la Compañía de Jesús:
“San Francisco Javier peligraba por la zozobra de su nave. Tan grande era el riesgo de naufragio y de perder la vida, que sólo Dios podía salvarlo de la muerte. En ese difícil momento lo embargó una emoción profunda: se sintió estrechamente unido a todos sus hermanos de orden, a los de la tierra y a los de la mansión del cielo. Pensó en su lucha pura y noble, en su vida meritoria y grata a Dios; y pidió fervorosamente al Señor que, en consideración a ellos, lo librase del naufragio. Así de serio, espiritual y trascendente era su pensamiento; así de hondo y de cálido era su afecto de hermano: tan estrecho era el vínculo familiar que lo ataba a los suyos. La Compañía se esforzaba por complacer a Dios y bajo su mirada crecía fecunda.”
Dios siga bendiciendo a la Iglesia y por ella al mundo con tan notables y admirables agentes de evangelización en todos los tiempos y lugares.
P. JL
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