P. José Luis Correa Lira
San Clemente fue el tercer sucesor de San Pedro (después de Lino y Cleto) y gobernó a la Iglesia desde el año 93 hasta el 101. San Ireneo dice que Clemente vio a los santos apóstoles Pedro y Pablo y trató con ellos .
El año 96 escribió una Carta a Los Corintios, que es el documento papal más antiguo que se conoce (Después de las cartas de San Pedro). En esa carta da muy hermosos consejos, y recomienda obedecer siempre al obispo de Roma (Entre otras cosas dice: “el que se conserva puro no se enorgullezca por ello, porque la pureza es un regalo gratuito de Dios y no una conquista nuestra”).
Por ser cristiano fue desterrado por el emperador Trajano a Crimea (al sur de Rusia) y condenado a trabajos forzados a picar piedra con otros dos mil cristianos. Las actas antiguas dicen que estos le decían: “Ruega por nosotros Clemente, para que seamos dignos de las promesas de Cristo”.
San Cirilo y San Metodio llevaron a Roma en el año 860 los restos de San Clemente, los cuales fueron recibidos con gran solemnidad en la Ciudad Eterna, y allá se conservan.
El Papa emérito Benedicto XVI, en la audiencia general del 7 de marzo de 2007 dijo sobre san Clemente que “la autoridad y el prestigio de este Obispo de Roma eran tan grandes, que se le atribuyeron varios escritos, pero su única obra segura es la Carta a los Corintios. (…) Esta carta constituye un primer ejercicio del Primado romano después de la muerte de san Pedro. La carta de san Clemente retoma algunos temas muy queridos por san Pablo, que había escrito dos grandes cartas a los Corintios, en particular, la dialéctica teológica, perennemente actual, entre el indicativo de la salvación y el imperativo del compromiso moral. Ante todo, está la buena nueva de la gracia que salva. El Señor nos previene y nos da el perdón, nos da su amor, la gracia de ser cristianos, hermanos y hermanas suyos. Es una buena nueva que llena de alegría nuestra vida y que da seguridad a nuestro actuar: el Señor nos previene siempre con su bondad, y la bondad del Señor es siempre más grande que todos nuestros pecados. Sin embargo, debemos comprometernos de manera coherente con el don recibido y responder al anuncio de la salvación con un camino generoso y valiente de conversión (…)
en esta carta de finales del siglo I aparece por primera vez en la literatura cristiana el término laikós, que significa ‘miembro del laos’, es decir, ‘del pueblo de Dios’) (…) san Clemente manifiesta su ideal de Iglesia, congregada por ‘un solo Espíritu de gracia derramado sobre nosotros’, que sopla en los diversos miembros del Cuerpo de Cristo, en el que todos, unidos sin ninguna separación, son ‘miembros los unos de los otros’ (46, 6-7). La neta distinción entre los ‘laicos’ y la jerarquía no significa en absoluto una contraposición, sino sólo la conexión orgánica de un cuerpo, de un organismo, con sus diferentes funciones. En efecto, la Iglesia no es un lugar de confusión y anarquía, donde uno puede hacer lo que quiera en cada momento: en este organismo, con una estructura articulada, cada uno ejerce su ministerio según la vocación recibida.
Por lo que atañe a los jefes de las comunidades, san Clemente explica claramente la doctrina de la sucesión apostólica (…) El Padre envió a Jesucristo, quien a su vez mandó a los Apóstoles. Estos, luego, mandaron a los primeros jefes de las comunidades y establecieron que a ellos les sucedieran otros hombres dignos (…) san Clemente subraya que la Iglesia tiene una estructura sacramental y no una estructura política (…)
Al orar por las autoridades, san Clemente reconoce la legitimidad de las instituciones políticas en el orden establecido por Dios; al mismo tiempo, manifiesta la preocupación de que las autoridades sean dóciles a Dios y ‘ejerzan con paz, mansedumbre y piedad, el poder que Dios les ha dado’ (61, 2). El César no lo es todo. Existe otra soberanía, cuyo origen y esencia no son de este mundo, sino ‘de arriba’: la de la Verdad, que con respecto al Estado tiene derecho a ser escuchada. Así, la carta de san Clemente afronta numerosos temas de perenne actualidad. Es aún más significativa en cuanto que representa, desde el siglo I, la solicitud de la Iglesia de Roma, que preside en la caridad a todas las demás Iglesias”.
P. JL
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