P. José Luis Correa Lira
La lectura del libro de la Sabiduría trae un texto del capítulo 13 que me recuerda lo que san Agustín se reprocha: temo al Dios que pasa y no me doy cuenta de ello.
El trozo del Antiguo Testamento que leemos hoy como primera lectura acusa de insensatos a los que no han conocido a Dios y no han sido capaces de descubrir, a través de todas y tantas cosas buenas que se ven a Aquel – que – es, y fijándose en las obras no reconocen en ellas a su autor. Peor aún, prosigue el texto veterotestamentario, esa gente se fascina por la belleza de las cosas pensando que eran dioses.
Concluye y nos enseña que reflexionando sobre la grandeza y hermosura de las creaturas lleguemos a contemplar a su creador. ¿Cómo no llegar a descubrir fácilmente al creador en su creación?
En un par de numerales el Catecismo se expresa de este modo sobre este tema:
“Dios, ciertamente, ha dejado huellas de su ser trinitario en su obra de Creación” (Catecismo 237)
“Dios habla al hombre a través de la creación visible. El cosmos material se presenta a la inteligencia del hombre para que vea en él las huellas de su Creador (cf. Sb 13,1; Rm 1,19-20; Hch 14,17). La luz y la noche, el viento y el fuego, el agua y la tierra, el árbol y los frutos hablan de Dios, simbolizan a la vez su grandeza y su proximidad.” (Catecismo 1147)
El desafío es justamente ese, aprender a ver la perfección del Creador en cosas que nos parecen tan perfectas en la creación. Me recordó uno de los tantos libros publicados por el padre Rafael Fernández de A., con sus maravillosas fotografías y los textos del sacerdote y poeta Joaquín Alliende Luco, ambos hermanos de mi comunidad, a quienes admiro y debo mucho. El título de esa joyita es ‘Lo grande es diminuto.’
Dios nos regale, como al gran santo de Asís, a alabar a Dios por y en su creación.
P. JL
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