P. José Luis Correa Lira
En octubre me tocó dar la tercera tanda de ejercicios espirituales para una parte del clero de la Arquidiócesis de San José. Ahora en noviembre me toca la última. El tema ha sido la paternidad sacerdotal.
Menciono esto porque hoy la Iglesia recuerda a san Carlos Borromeo, en quien los ejercicios espirituales de san Ignacio jugaron también un papel muy importante en un cambio de vida.
Sobrino del Papa Pío IV, fue nombrado arzobispo de Milán y como tal cumplió cabalmente lo que el concilio de Trento recientemente había ordenado sobre los obispos. El cardenal nepote trabajó mucho por la reforma del clero y fundó varios seminarios. También abrió una casa para vocaciones tardías. Para atender mejor a las necesidades pastorales de la diócesis, fundó la Congregación de Oblatos de San Ambrosio, sacerdotes al servicio del ordinario, pero de vida común y dispuestos a ir a donde se les enviase.
En el Concilio de 1563 se discutió sobre el arte religioso y San Carlos Borromeo abordó la normativa sobre la arquitectura religiosa y el arte inherente
“Hombre de frutos, no de flores; de hechos y no de palabras”, dijo de él algo más tarde desde Trento el cardenal Seripando.
Alguien lo describió así: “Fuera del fundador de la Compañía de Jesús, ningún personaje ejerció tan honda y duradera influencia en la restauración católica como S. Carlos Borromeo; es una columna de la historia eclesiástica en la frontera de dos épocas, el Renacimiento moribundo y la victoriosa Reforma católica.”
Dios nos regale suficientes, sanos (al menos de mente) y ojalá santos sacerdotes a imagen de Jesucristo el Buen Pastor.
P. JL
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