P. José Luis Correa Lira
Una vez más Lucas nos presenta una escena de la vida y actuación de Jesús con lujo de detalles.
Dice que, en sábado, el Maestro fue a comer a casa de uno de los líderes de los fariseos. Agrega que éstos estaban espiándolo, evidentemente para encontrar motivo para acusarlo. Tan típico de los infaltables copuchentos, quienes con la maledicencia se expresan mal de otros por envidia. Terroristas como los llama el Papa Francisco en diversas y muchas situaciones. Cobardes que se esconden en el anonimato, encapuchados de todo tipo.
“Hablar mal de los demás es terrorismo, es como lanzar una bomba para destruir a las personas y luego huir para salvarse a sí mismo. El cristiano, para ser santo, debe, en cambio, llevar siempre ‘paz y reconciliación’ y para no ceder a la tentación de las habladurías tiene que llegar incluso a morderse la lengua: sentirá dolor, percibirá hinchazón, pero al menos no habrá desencadenado alguna pequeña o gran guerra.”
Y rezó así: “Señor, tú has entregado tu vida, dame la gracia de pacificar, de reconciliar. Tú has derramado tu sangre, que no me importe que se hinche un poco la lengua si me la muerdo antes de hablar mal de los demás.”
En su viaje a Polonia, con ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud, el Papa Francisco sostuvo un diálogo con jóvenes italianos que participaban en la JMJ reunidos en el santuario san Juan Pablo II, el miércoles 27 de julio de 2016. Ahí habló de “la crueldad de la lengua, (…) es como lanzar una bomba que te destruye a ti o destruye a otros, y el que la lanza no se destruye. Esto es terrorismo, y es algo que debemos vencer. ¿Cómo se vence esto? (…) el silencio, la paciencia, y (…) el perdón. (…) hace falta luchar contra el terrorismo de la lengua, contra este terrorismo de la maledicencia, de los insultos, de expulsar a la gente con insultos o diciéndoles cosas que les hacen daño en el corazón (…) otro comportamiento que combate este terrorismo de la lengua, las maledicencias, los insultos y demás: es el comportamiento de la mansedumbre. Estar callado, tratar bien a los demás, no responder con otra cosa mala. Como Jesús: Jesús era manso de corazón. La mansedumbre. Y nosotros vivimos en un mundo donde a un insulto se responde con otro, es lo habitual. Nos insultamos el uno al otro, y nos falta la mansedumbre. Pedir la gracia de la mansedumbre, la mansedumbre del corazón.”
Dios nos libre de esta terrible tentación de la habladuría, del chisme o pelambre, como se le conoce en Chile.
P. JL
p.jlcorrealira@gmail.com