P. José Luis Correa Lira
Ayer citaba al Papa alemán Josef Ratzinger, que, hace casi 15 años, regaló a la Iglesia una encíclica maravillosa sobre la esperanza cristiana, la Spe Salvi. En ella cita y comenta justo una parte de la primera lectura de la Eucaristía de hoy.
Dice así en los numerales 11 y 12:
“‘No sabemos pedir lo que nos conviene’, reconoce con una expresión de san Pablo (Rm 8,26). Lo único que sabemos es que no es esto. Sin embargo, en este no-saber sabemos que esta realidad tiene que existir. ‘Así, pues, hay en nosotros, por decirlo de alguna manera, una sabia ignorancia (docta ignorantia)’, escribe. No sabemos lo que queremos realmente; no conocemos esta ‘verdadera vida’ y, sin embargo, sabemos que debe existir un algo que no conocemos y hacia el cual nos sentimos impulsados (…) Agustín describe en este pasaje, de modo muy preciso y siempre válido, la situación esencial del hombre, la situación de la que provienen todas sus contradicciones y sus esperanzas. De algún modo deseamos la vida misma, la verdadera, la que no se vea afectada ni siquiera por la muerte; pero, al mismo tiempo, no conocemos eso hacia lo que nos sentimos impulsados. No podemos dejar de tender a ello y, sin embargo, sabemos que todo lo que podemos experimentar o realizar no es lo que deseamos. Esta ‘realidad’ desconocida es la verdadera ‘esperanza’ que nos empuja y, al mismo tiempo, su desconocimiento es la causa de todas las desesperaciones, así como también de todos los impulsos positivos o destructivos hacia el mundo auténtico y el auténtico hombre. La expresión ‘vida eterna’ trata de dar un nombre a esta desconocida realidad conocida. Es por necesidad una expresión insuficiente que crea confusión. En efecto, ‘eterno’ suscita en nosotros la idea de lo interminable, y eso nos da miedo; ‘vida’ nos hace pensar en la vida que conocemos, que amamos y que no queremos perder, pero que a la vez es con frecuencia más fatiga que satisfacción, de modo que, mientras por un lado la deseamos, por otro no la queremos. Podemos solamente tratar de salir con nuestro pensamiento de la temporalidad a la que estamos sujetos y augurar de algún modo que la eternidad no sea un continuo sucederse de días del calendario, sino como el momento pleno de satisfacción, en el cual la totalidad nos abraza y nosotros abrazamos la totalidad.”
Ojalá estas sabias palabras nos orienten más en nuestro peregrinar por este mundo.
Hoy también recordamos qué, en 1912, el padre Kentenich dio una conferencia inolvidable a un grupo de jóvenes en Schoenstatt, en la que les habló de poner bajo la protección de María el anhelo y trabajo por llegar a ser personalidades recias, libres y sacerdotales. Esa plática pasó a llamarse más tarde como Acta de Pre-Fundación del Movimiento de Schoenstatt.
Bendiciones
P. JL
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