P. José Luis Correa Lira
El evangelio de la Eucaristía de hoy nos rememora el encuentro de Jesús con el hijo de Timeo, un mendigo ciego que estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna.
Como la naturaleza suple lo que falta, este hombre oyó que Jesús pasaba por aquel sitio. Pero amen de poder escuchar bien, también podía hablar, por eso se animó a gritar para llamar la atención de Jesús sobre él, cosa que logró. Lo interesante es que Bartimeo no le pide a Jesús una limosna, que se recibe y gasta, sino que le pide algo permanente, a saber, que pueda ver. Y Jesús se lo concede agregando que ‘condiciona’ su actuar salutífero a la fe del hombre.
Finaliza el texto diciendo que el que recobró la vista (o sea no era ciego de nacimiento), se puso en pie y comenzó a seguir al Señor por el camino. Se hizo seguidor y acaso discípulo de Jesús, como tantos que lo acompañaban, según el inicio del relato.
Hoy es la Jornada Mundial de las Misiones. Del mensaje del Papa Francisco comparto un par de pensamientos:
“Cuando experimentamos la fuerza del amor de Dios, cuando reconocemos su presencia de Padre en nuestra vida personal y comunitaria, no podemos dejar de anunciar y compartir lo que hemos visto y oído (…) La historia de la evangelización comienza con una búsqueda apasionada del Señor que llama y quiere entablar con cada persona, allí donde se encuentra, un diálogo de amistad (cf. Jn 15,12-17) (…) La amistad con el Señor, verlo curar a los enfermos, comer con los pecadores, alimentar a los hambrientos, acercarse a los excluidos, tocar a los impuros, identificarse con los necesitados, invitar a las bienaventuranzas, enseñar de una manera nueva y llena de autoridad, deja una huella imborrable, capaz de suscitar el asombro, y una alegría expansiva y gratuita que no se puede contener. (…) El amor siempre está en movimiento y nos pone en movimiento para compartir el anuncio más hermoso y esperanzador: «Hemos encontrado al Mesías» (Jn 1,41) (…) sentimos resonar en nuestras comunidades y hogares la Palabra de vida que se hace eco en nuestros corazones y nos dice: «No está aquí: ¡ha resucitado!» (Lc 24,6); Palabra de esperanza que rompe todo determinismo y, para aquellos que se dejan tocar, regala la libertad y la audacia necesarias para ponerse de pie y buscar creativamente todas las maneras posibles de vivir la compasión, ese “sacramental” de la cercanía de Dios con nosotros que no abandona a nadie al borde del camino. En este tiempo de pandemia, ante la tentación de enmascarar y justificar la indiferencia y la apatía en nombre del sano distanciamiento social, urge la misión de la compasión capaz de hacer de la necesaria distancia un lugar de encuentro, de cuidado y de promoción. «Lo que hemos visto y oído» (Hch 4,20), la misericordia con la que hemos sido tratados, se transforma en el punto de referencia y de credibilidad que nos permite recuperar la pasión compartida por crear «una comunidad de pertenencia y solidaridad, a la cual destinar tiempo, esfuerzo y bienes» (Carta enc. Fratelli tutti, 36).”
Dios nos bendiga en este cometido de ser misioneros evangelizadores al estilo de Jesús.
Por intercesión de María, la primera discípula misionera, nos lo conceda el Señor.
P. JL
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