P. José Luis Correa Lira
Hace pocos días prediqué la tercera tanda de ejercicios espirituales a un grupo de sacerdotes de la Arquidiócesis de San José.
El tema, al igual que las dos veces anteriores y las dos que restan fue la paternidad sacerdotal, que es espiritual y real.
Henry Nouwen, en su famoso libro El regreso del Hijo Pródigo sintetiza el proceso en el cual todo sacerdote, también todo padre y madres de familia, así como toda autoridad en el plano civil y religioso debe vivir. A saber: Llegar a ser el padre que estoy llamado a ser.
En el caso de los sacerdotes, el origen sacramental de la paternidad sacerdotal está en la ordenación. Pero no es algo estático, sino dinámico. Se es padre en la medida que uno se entrega a los demás, los acoge y sirve, los escucha y guía, se vincula personal a ellos sin generar dependencia ni actuar paternalistamente.
Todo padre debe ser y permanecer a su vez hijo de un padre (en los presbíteros frente a su obispo diocesano), o sea la dimensión filial ante el padre obispo; hermano para con sus compañeros sacerdotes, la dimensión fraterna; solo así se puede llegar a ser ese padre que la comunidad necesita para no padecer orfandad espiritual. El sacerdote fiel a esa vocación de paternidad espiritual será y hará feliz, dará fruto, será fecundo; el párroco será entonces lo que dice una de las mejores definiciones de él: pater familias parroquial.
Dios nos regale suficientes, sanos y santos sacerdotes padres.
P. JL
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