P. José Luis Correa Lira
El Catecismo, en el numeral 1864 nos recuerda algo sobre lo cual habla el texto del Evangelio de la Misa de hoy (Lc 12, 8-12): blasfemar contra el Espíritu Santo.
Dice el compendio de la doctrina: “Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres, pero la blasfemia contra el Espíritu Santo no será perdonada” (Mc 3, 29; cf Mt 12, 32; Lc 12, 10). No hay límites a la misericordia de Dios, pero quien se niega deliberadamente a acoger la misericordia de Dios mediante el arrepentimiento rechaza el perdón de sus pecados y la salvación ofrecida por el Espíritu Santo (cf DeV 46). Semejante endurecimiento puede conducir a la condenación final y a la perdición eterna.”
Somos nosotros los que ponemos un límite al rechazar esa misericordia.
El catecismo hace referencia a una encíclica de Juan Pablo II: Dominun et vivificantem, sobre el Espíritu Santo en la vida de la Iglesia y del mundo. Hay un apartado especial donde se habla precisamente del pecado contra el Espíritu Santo.
Juan Pablo II decía en su encíclica: “¿Por qué la blasfemia contra el Espíritu Santo es imperdonable?, ¿Cómo es posible que la blasfemia contra el Padre o contra el Hijo es perdonable y contra el Espíritu Santo no….?, ¿Cómo se entiende esto?”
Santo Tomas de Aquino responde: Se trata de un pecado irremisible según su naturaleza, en cuanto que excluye aquellos elementos, gracias a los cuales se da la ‘remisión de los pecados’. Es decir: no tienen perdón porque consiste en excluir aquello que hace posible el que los pecados sean perdonados, que es el ‘arrepentimiento’. Lo específico del pecado contra el Espíritu Santo consiste en la -impenitencia -el rechazo de la conversión, -en la dureza del corazón. Es imperdonable, uno mismo lo hace imperdonable.
San Juan Pablo II dice en la Dominum et vivificatem 46: “la ‘blasfemia’ no consiste en el hecho de ofender con palabras al Espíritu Santo; consiste, por el contrario, en el rechazo de aceptar la salvación que Dios ofrece al hombre por medio del Espíritu Santo, que actúa en virtud del sacrificio de la Cruz. Si el hombre rechaza aquel ‘convencer sobre el pecado’, que proviene del Espíritu Santo y tiene un carácter salvífico, rechaza a la vez la ‘venida’ del Paráclito aquella ‘venida’ que se ha realizado en el misterio pascual, en la unidad mediante la fuerza redentora de la Sangre de Cristo.”
Continúa el Papa en esta encíclica: Sabemos que un fruto de esta purificación es la remisión de los pecados. Por tanto, el que rechaza el Espíritu y la Sangre permanece en las ‘obras muertas’, o sea en el pecado. Y la blasfemia contra el Espíritu Santo consiste precisamente en el rechazo radical de aceptar esta remisión, de la que el mismo Espíritu es el íntimo dispensador. Pero este hecho, presupone en nosotros la conversión obrada por El en nuestra conciencia.
San Pio XII afirmó que el “pecado de nuestro siglo es precisamente la pérdida del sentido del pecado”. Y más tarde san Juan Pablo II comentaba que “está pérdida del sentido del pecado, va acompañada de la pérdida del sentido de Dios”.
Hay que recuperar, pues, una sana conciencia de pecado y una mayor conciencia filial de confianza en la misericordia de Dios, siempre dispuesto a perdonar.
Nuevamente por intercesión de la Mater, Refugium peccatorum,
P.JL