P. José Luis Correa Lira
La buena nueva de Jesucristo que nos transmite hoy el evangelista san Marcos, hace referencia a la salvación. ¿Quién puede salvarse? preguntaron los discípulos a Jesús, si es imposible para los hombres, mas no para Dios, pues para Él todo es posible.
Jesús, cuyo nombre significa justamente Dios salva, y por eso lo llamamos ‘el Salvador’, nos salvó en la cruz, pero como afirma san Agustín, el que nos creó sin nuestro consentimiento no nos salva sin nuestra colaboración.
En el diálogo de Jesús con el hombre que se acercó corriendo a él para preguntarle que se debe hacer para alcanzar la vida eterna, el ‘Maestro bueno’, como le llama, le recuerda el decálogo (del griego: δέκα y λόγος, que significa diez palabras, de las tablas entregadas por Dios a Moisés. Ex, 34) como pauta de conducta (lo debemos hacer y lo que debemos evitar) Se trata entonces de conocer, enseñar y cumplir los 10 mandamientos.
Uno de ellos está en indirecta relación con el otro tema que trata el Evangelio de hoy. Dice: no codiciar bienes ajenos. Otro es más duro aun: no robar.
Jesús le propone al que quería salvarse (¡y quien no, ¿verdad?!) que se despoje de todo lo que lo ata al mundo. Lo invita a no apegarse tanto a los bienes materiales, a ser desprendidos, generosos. En definitiva, a ser libre.
El lunes pasado celebramos a un hombre ejemplar en esto: San Francisco de Asís. La pobreza franciscana es admirable, más no para todos imitable ni exigible. Hay también una pobreza mariana y apostólica, que a través del vínculo sano a las cosas puede hacer buen uso de ellas, incluso gozar de las mismas, y a la vez poder prescindir de estas.
El trozo del Evangelio de hoy concluye afirmando que la salvación es posible, pues para Dios nada es imposible. Él nos salva. No nos salvamos por mérito, esfuerzo propio. Colaboramos sí, a nuestra salvación.
El Catecismo, en el numeral 511, citando la Lumen Gentium del Concilio Vaticano II (LG 56) nos recuerda que la Virgen María “colaboró por su fe y obediencia libres a la salvación de los hombres”. Hagámoslo pues también nosotros de su mano y bajo su protección.
Bendiciones
P.JL
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