P. José Luis Correa Lira
Mi aproximación al santo de hoy la tuve recién llegado a Alemania. Como postulante leí un libro muy interesante sobre la historia del monacato en occidente. Luego, durante la práctica del noviciado, visité con un hermano de comunidad un monasterio cartujo en Suavia, al sur de Alemania, y mantuve contacto epistolar por varios años con el monje que, a pesar de la hora en que dimos con el lugar, nos lo abrió.
Como sacerdote pude visitar un par de veces a las hermanas de Belén, que tienen su monasterio a mitad de camino entre Santiago y Viña del Mar. Ellas tienen a san Bruno como uno de los santos que inspiran esta nueva fundación.
San Bruno de Colonia nació cerca del año 1030 en Colonia, Alemania, pero muy joven, se mudó a la ciudad francesa de Reims, donde hizo sus estudios de teología. Ahí fue director de la Escuela de la catedral de Reims, entonces la más prestigiosa de toda Francia. Era, además, canónigo de la catedral de Reims y secretario – canciller de la archidiócesis. Ahí, al sentir la vocación monástica, abandonó Reims y buscó un lugar solitario donde pudiera llevar una vida eremítica. Se encaminó hacia Molesmes, donde San Roberto, futuro fundador de la Orden del Císter en 1098, vivía con otros monjes una vida monástica en comunidad (vida cenobítica). Pero San Bruno, que se sentía fuertemente atraído a una vida radicalmente solitaria, una vida eremítica, se decide a abandonar este primer intento de llevar una vida monástica y optó por dirigirse hacia Grenoble, porque se sentía atraído por la fama de santidad del obispo Hugo. San Hugo de Grenoble, a quien los cartujos consideran como cofundador de su Orden, recibe paternalmente a san Bruno y a sus seis compañeros, que serán los primeros monjes cartujos, simbolizados en el escudo de la Orden por siete estrellas, los escucha y los conduce a un lugar extremadamente solitario en su diócesis, las montañas de Chartreuse. Ahí, San Bruno y sus compañeros inician una forma de vida eremítica que con el tiempo se desarrollaría para formar la Sagrada Orden Eremítica de la Cartuja. El nombre de Cartuja deriva del nombre del lugar.
En 1090, después de su vida solitaria en Chartreuse, su antiguo alumno en Reims, el Papa Urbano II, lo llama a Roma para que le ayude en la prosecución de la Reforma Gregoriana. Por obediencia Bruno deja la Cartuja para dirigirse a Roma. Sin embargo, no termina por adaptarse al ambiente curial y consigue que el Papa confirme la existencia en él de una llamada divina, de una vocación a la vida monástica contemplativa vivida en total soledad. Así, al año de llegar a Roma, en 1091, Urbano II concede a san Bruno poder retirarse de nuevo para vivir una vida totalmente eremítica. Sin embargo, el Papa le pide que no se aparte de Italia. De este modo, en vez de volver a la Cartuja, San Bruno se retira a la región de Calabria, donde funda su segundo eremitorio, Santa María della Torre. Allí vive durante sus diez últimos años de vida.
San Bruno dejó escritas dos Cartas: una a su amigo, Raúl Le Verd, canónigo y luego arzobispo de Reims, y otra a sus hijos espirituales de Chartreuse, la primera cartuja por él fundada. Además, se conserva el texto de su profesión de fe, pronunciada poco antes de su muerte.
Los cartujos se establecen como una familia monástica, como una comunión de solitarios para Dios. Cada monje vive solo en su celda, de donde sale sólo para las largas vigilias nocturnas (Maitines y Laudes), para las Vísperas y algunos días para la celebración de la Santa Misa, por la mañana.
Por intercesión de este santo y de tantos santos monjes cartujos cuyos procesos de beatificación y canonización no se siguen, Dios nos bendiga en el silencio y la soledad y en la acción pastoral y apostólica inspirada en ese encuentro con Dios.
P.JL
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