P. José Luis Correa Lira
En noviembre de 1980, san Juan Pablo II regaló a la Iglesia su encíclica Dives in Misericordia, sobre la misericordia divina. Si bien en ella no se menciona a la santa de hoy, Faustina Kowaslka, es innegable la influencia de esta polaca sobre el Papa del mismo origen, quien la beatificó en abril de 1993 y luego canonizó en abril del 2000.
De la homilía en la Misa de canonización extraigo algunas líneas, en las que dejó entrever su gran alegría por ese acontecimiento.
Karol Wojtyla nos invitaba a preguntarnos: “¿Qué nos depararán los próximos años? ¿Cómo será el futuro del hombre en la tierra? No podemos saberlo. Sin embargo, es cierto que, además de los nuevos progresos, no faltarán, por desgracia, experiencias dolorosas. Pero la luz de la misericordia divina, que el Señor quiso volver a entregar al mundo mediante el carisma de sor Faustina, iluminará el camino de los hombres del tercer milenio.”
Y dijo el Papa polaco: “La misericordia divina llega a los hombres a través del corazón de Cristo crucificado: ‘Hija mía, di que soy el Amor y la Misericordia en persona’, pedirá Jesús a sor Faustina (Diario, p. 374). Cristo derrama esta misericordia sobre la humanidad mediante el envío del Espíritu que, en la Trinidad, es la Persona-Amor. Y ¿acaso no es la misericordia un ‘segundo nombre’ del amor (Cf Dives in misericordia, 7), entendido en su aspecto más profundo y tierno, en su actitud de aliviar cualquier necesidad, sobre todo en su inmensa capacidad de perdón? (…)
“Jesús dijo a sor Faustina: ‘La humanidad no encontrará paz hasta que no se dirija con confianza a la misericordia divina’ (Diario, p. 132) (…)
Fijando nuestra mirada en él, sintonizándonos con su corazón de Padre, llegamos a ser capaces de mirar a nuestros hermanos con ojos nuevos, con una actitud de gratuidad y comunión, de generosidad y perdón. ¡Todo esto es misericordia! (…) el mensaje de la misericordia divina es, implícitamente, también un mensaje sobre el valor de todo hombre. Toda persona es valiosa a los ojos de Dios.
San Juan Pablo II finalizó así su homilía dirigiéndose directamente a su compatriota: “Y tú, Faustina, don de Dios a nuestro tiempo, don de la tierra de Polonia a toda la Iglesia, concédenos percibir la profundidad de la misericordia divina, ayúdanos a experimentarla en nuestra vida y a testimoniarla a nuestros hermanos. Que tu mensaje de luz y esperanza se difunda por todo el mundo, mueva a los pecadores a la conversión, elimine las rivalidades y los odios, y abra a los hombres y las naciones a la práctica de la fraternidad. Hoy, nosotros, fijando, juntamente contigo, nuestra mirada en el rostro de Cristo resucitado, hacemos nuestra tu oración de abandono confiado y decimos con firme esperanza: ‘Cristo, Jesús, en ti confío’.
Sor Faustina en su convento de Lagiewniki, en Cracovia, hizo de su existencia un canto a la misericordia: ‘Misericordias Domini in aeternum cantabo’.
Por intercesión de esta santa y de María santísima, la ‘Madre de la misericordia’ (Mater misericordiae) nos bendiga el Dios que es misericordia.
P.JL
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