P. José Luis Correa Lira
Sabemos el profundo afecto del Papa Francisco por su santo patrono, el pobre de Asís, a quien recordamos hoy. Con frecuencia, además, el obispo de Roma ha peregrinado a la tumba de este gran santo.
Del canto a las criaturas que san Francisco de Asís compuso poco antes de su muerte en dialecto umbro a finales del año 1224 o principios del 1225, tomó las palabras para comenzar su encíclica Laudato Sí, sobre el cuidado de la ‘casa común’. Trae todo un ‘Evangelio de la Creación.’
Dice ahí que “vivir la vocación de ser protectores de la obra de Dios es parte esencial de una existencia virtuosa, no consiste en algo opcional ni en un aspecto secundario de la experiencia cristiana” (LS 217). Ser protectores de la obra de Dios, incluye en primer lugar la protección de nuestros hermanos más frágiles.
Esta conciencia básica de un origen común, de una pertenencia mutua y de un futuro compartido por todos permitiría el desarrollo de nuevas convicciones, actitudes y formas de vida (Cf. LS 202) particularmente ante la emergencia y urgencia que plantea el cambio climático.
Y formula acuciantemente: “¿Qué tipo de mundo queremos dejar a quienes nos sucedan, a los niños que están creciendo? (…) Cuando nos interrogamos por el mundo que queremos dejar, entendemos sobre todo su orientación general, su sentido, sus valores. Si no está latiendo esta pregunta de fondo, no creo que nuestras preocupaciones ecológicas puedan lograr efectos importantes. Pero si esta pregunta se plantea con valentía, nos lleva inexorablemente a otros cuestionamientos muy directos: ¿Para qué pasamos por este mundo, para qué vinimos a esta vida, para qué trabajamos y luchamos, para qué nos necesita esta tierra? Preguntas fundamentales, que nos llevan a ‘advertir que lo que está en juego es nuestra propia dignidad. Somos nosotros los primeros interesados en dejar un planeta habitable para la humanidad que nos sucederá. Es un drama para nosotros mismos, porque esto pone en crisis el sentido del propio paso por esta tierra.” (LS 160).
No basta, dice, con ofrecer repuestas para “crear una ‘ciudadanía ecológica’, tampoco bastan normas o leyes y un control efectivo de las mismas, si se quiere que se produzcan efectos importantes y duraderos es necesario que la mayor parte de los miembros de la sociedad la haya aceptado a partir de motivaciones adecuadas, y reaccione desde una transformación personal. Sólo a partir del cultivo de sólidas virtudes es posible la donación de sí en un compromiso ecológico” (LS 211).
Ojalá entendamos y nos comprometamos con este ecologismo global e integral que incluye, en primer lugar, la defensa y protección de la vida humana desde el momento mismo de su concepción hasta su muerte natural.
Bendiciones
P.JL
p.jlcorrealira@gmail.com