P. José Luis Correa Lira
Hoy la Iglesia celebra a la más joven doctora de la Iglesia (declarada por san Juan Pablo II en 1997): Santa Teresa de Lisieux, considerada por Pio X “la Santa más grande de los tiempos modernos.”
Para el padre Kentenich, santa Teresita armonizó en su manera de vivir la infancia espiritual, un camino que no es siempre fácil, sino que enciende el heroísmo más elevado, pero sólo quien sea un niño sencillo podrá edificar un mundo nuevo. La infancia espiritual es un caminito, pero difícil y “grande”.
Dice que a menudo se malinterpreta totalmente a esta santa. Su infancia espiritual era de un vigor extraordinario. Ella quería educarse en la austeridad. La infancia espiritual íntegra es la cumbre de la entrega y de la abnegación. Es una infancia espiritual acrisolada y depurada en la dura lucha de la vida. La infancia espiritual probada y abnegada es también donación de sí mismo. En la filialidad está la solución de los problemas más graves de la vida.
El padre Kentenich habla de una especie de ley de transmisión y conducción orgánica. Dice, “quien ha experimentado una vida familiar católica sana, una buena relación frente al padre, a la madre, a los hermanos, crece en forma orgánica, sin grandes crisis, en el mundo sobrenatural” .
En la jornada pedagógica que dictó el fundador de Schoenstatt en 1951, cita de la biografía de Teresa de Lisieux, escrita por Hans Urs von Balthasar, ‘historia de una misión’: “Ella mira al padre, el padre mira a Dios y así aprende ella, a través de él a mirar a Dios”
P. Kentenich pregunta “¿No es comprensible que un padre así se convirtiera para su hija en la imagen inmediata de Dios Padre?”
Dijo que quien ha vivido una vida familiar católica sana, una relación buena frente al padre, a la madre a los hermanos, crece en forma orgánica, sin grandes crisis en las realidades sobrenaturales pues la naturaleza y la gracia son dependientes una de otra. El orden de la naturaleza y el orden de la gracia están mutuamente unidos, están en profunda relación el uno con el otro. Si el orden de la naturaleza está enfermo le resulta difícil a la gracia abrir una puerta de entrada.
El “punto central de la familia es el padre. El padre humanamente tan venerado, tan amado, casi endiosado, que es para Teresa la unidad inmediata y jamás disuelta de autoridad y amor. En la relación del padre, a quien no ha tenido ni por un momento, aprende que obediencia y amor se pertenecen evidentemente, que en el fondo son una misma cosa. En la autoridad del padre aprende a comprender lo que es la autoridad de Dios.
“Ella (Teresita) Mira el Padre, el padre mira Dios y así aprende ella a través de él a mirar a Dios”. La manera más sencilla: el ejemplo vivo del padre conduce a la niña que depende de él directamente a Dios. Aquí no hay contraposición es, no hay un pensar mecanicista, separatista. No hay separación entre el padre terrenal y el celestial. Ambos se funden el sentir y pensar de la pequeña Santa Teresita. Por eso creció con tanta normalidad. Por eso es tan ejemplar su vida para nosotros, hombres modernos.
“Teresa es pequeña aún y su padre la lleva a la Iglesia. Durante el sermón, su padre se inclina ella: ‘Escucha bien, reinecita mía, porque se habla de tu santa patrona’. Yo escuchaba bien, en efecto, pero, lo confieso, miraba más a menudo a papá que al predicador”.
Y en la oración de la noche, Teresa ocupa también su lugar junto a su padre: “No tenía más que mirarle para saber cómo eran los santos”. Que su padre era un santo, era persuasión que acompañó a Teresa durante toda su vida. (Hoy su papá y su mamá son también santos)
Una vez hablando de Dios, se les escapa de los labios la palabra: Papá le bon Dieu. Detrás está la imagen del propio padre. “Cuando yo pienso en ti, padrecito mío, pienso naturalmente en Nuestro Señor, pues creo que es imposible ver a nadie más santo que tú sobre la Tierra”.
Todas las vivencias sobrenaturales son preparadas con las vivencias naturales.
Al leer la Patris Corde, me hizo mucho sentido cuando el Papa Francisco dice que Jesús vio (vivenció) la ternura del Padre Dios en san José. Es lo mismo que le ocurrió a Teresita del Niño Jesús. Es lo que deseamos que pueda experimentar todo niño o niña con sus padres.
Bendiciones
P. JL
p.jlcorrealira@gmail.com
Sugerencia: Niños ante Dios. Editorial Nueva Patris