P. José Luis Correa Lira
Lucas nos dice en el Evangelio de hoy (Lc 9, 43) que todos comentaban, admirados, los prodigios que Jesús hacía.
Esta breve introducción nos puede servir para preguntarnos si nos admiramos de los prodigios que Dios realiza en nuestras vidas en cada momento de éstas o lo damos todo por obvio, por evidente. Puede y suele ser que así sea y perdamos la capacidad de admirar, con cierto asombro y estupor, que las maravillas que Dios realiza en medio y a favor nuestro son realmente tales: maravillas, pequeños y permanentes milagros: la vida, la salud, la familia, el trabajo, la fe.
Dios nos guarde de caer en considerar que lo que somos, tenemos y podemos es natural.
Algo que ayuda como antídoto es el ser y estar permanentemente agradecidos, valorar y verbalizar esa actitud de gratitud por todo, hasta lo más insignificante.
También es importante eso que decía Lucas al inicio: comentar, vale decir, compartir, contagiar a otros las maravillas, los beneficios recibidos de Dios.
La Virgen María, eterna agradecida de Dios, lo canta en el Magníficat. Ella nos enseñe esa virtud tan importante de cultivar, así como los padres educan bien a sus hijos cuando les exigen que las cosas se pidan por favor y a todo se diga gracias. Es no solo buena educación, sino también un acto de justicia.
P. JL
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