P. José Luis Correa Lira
En el Evangelio que nos presenta hoy san Lucas, nos nombra con detalles algunas de las mujeres que seguían a Jesús, entre ellas a María, llamada Magdalena, Juana, mujer de Cusa, Susana otras muchas…
Coincide con el hecho que la liturgia nos invita a recordar a una de las tantas mujeres santas de la Iglesia de Jesucristo el Señor, santa Ricarda, del último siglo del primer milenio cristiano.
Son muchas las mujeres que recibieron un trato delicado de parte de Jesús como Marta la hermana de Lázaro, las madres de diversos apóstoles: María Cleofé y Salomé, la mujer siriofenicia, la mujer adúltera, y la hija de Jairo son las más conocidas. Ellas se saben bien tratadas por Jesús, y esto contrasta con la consideración que recibían en aquellos tiempos en casi todas las culturas, y de un modo especial en Israel, discriminadas sino casi el despreciadas. En Israel, por ejemplo, la religión era, sobre todo, una cuestión de varones. La mujer no podía estudiar la Torá (ver la película Yentl); era indigna de participar de la mayoría de las fiestas; la mayoría eran analfabetas. Estaban obligadas a un ritual de purificación. No se podía hablar con alguna mujer en público. Las leyes de repudio las perjudicaban ostensiblemente. Las viudas tenían una vida difícil, a expensas de otros familiares de buen corazón; sin los cuales estaban abocadas a la miseria.
Jesús es muy diferente. Lleva un grupo de discípulas, algo que contrasta con la costumbre de los rabinos que sólo admitían como discípulos varones. En la predicación de Jesús hay muchos ejemplos extraídos del entorno femenino, como la que pone la levadura en el pan, la que busca la moneda perdida, las vírgenes que se preparan para la boda, la viuda y el juez inicuo, etc.
También frente a las extranjeras elogia su fe; y contrapone la generosidad de la viuda ante la ostentación de los fariseos. Enseña con su actitud lo más positivo de la mujer: su fortaleza para amar, y su fe sencilla y profunda.
De más está hablar de la bendita entre las mujeres, su Madre María, que desde el principio ocupa en la salvación un lugar privilegiado: el primero después de Cristo.
Por intercesión de Ella y de tantas santas mujeres discípulas misioneras del Señor, bendiga Dios a la mujer de hoy en la Iglesia, especialmente en Schoenstatt al cumplirse este año el centenario del ingreso de las primeras al Movimiento.
P. JL
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