P. José Luis Correa Lira
¡Effetá! O sea, ¡ábrete! Con esa palabra se acompaña uno de los ritos en la liturgia de bautismo. Viene justamente del episodio narrado en el Evangelio de este domingo: Jesús hizo oír al sordo y hablar al mudo. Sanó a enfermos muchas veces y de distintas dolencias. Esta vez le tocó el turno al sordomudo (si bien dice que era tartamudo). En todo caso, sordera y mudez (y sordomudez) son fuertes limitantes para la comunicación. A Dios gracias no impedimentos, toda vez que está más y más instalado el lenguaje de señas en conferencias de prensa, homilías, etc. Eso hoy. En la época de Jesús ciertamente no era así.
Una pregunta que podemos hacernos todos es qué nos cuesta oír, o no queremos oír. Muchas veces nos resulta incómodo oír y por lo tanto acoger y aceptar críticas. La tendencia a justificar todo es espantosa. ¡Cuánta falta de humildad! Sí, es necesaria mucha humildad y honestidad para saber oír, incluso lo que no queremos oír.
A nivel de la predicación, de la difusión de la Buena Nueva que es y trae el Evangelio se nos dice que la fe (pro)viene de la escucha (cf. Rom 10. 17) Lo mismo que la obediencia (ob – audire) implica la disposición a oír, a recibir.
Escuchar a Jesús es la verdadera vocación del cristiano: “Este es mi Hijo elegido, ¡escúchenlo!”, dice la voz del Padre de los cielos (Lc 9,35). Es también indispensable ser introducidos en el modo de escuchar de Jesús. Y su escucha se convirtió en obediencia total (cf. Flp 2,5-11) Dios nos abra los oídos para oír lo que Él quiere transmitirnos y nos haga dóciles a ese mensaje, para así poder hacer su voluntad, como se dio en la Virgen María, que conservaba y meditaba todas las palabras que salían de los labios de su Hijo Jesús.
P. JL
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