P. José Luis Correa Lira
Días atrás recordábamos a Edith Stein que murió asesinada en la cámara de gas en Auschwitz en 1942.
Hoy recordamos a otro de los tantos martirizados por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. También en ese mismo campo de concentración murió de inanición el padre Maximiliano María Kolbe, franciscano polaco que ofreció su vida a cambio de un compatriota suyo que había sido condenado a muerte por el escarmiento que la policía decidió hacer tras el escape de un preso. El padre Kolbe murió en el calabozo alabando al Señor entre cánticos consumido de hambre.
Los tres últimos Pontífices visitaron el campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau. El primero, Juan Pablo II, lo hizo el 7 de junio de 1979, donde celebró la Santa Misa. El 28 de mayo de 2006, el Papa Benedicto XVI visitó el campo de exterminio nazi en Polonia. Él dijo que “el Papa Juan Pablo II estaba aquí como hijo del pueblo polaco. Yo estoy hoy aquí como hijo del pueblo alemán”. “Hijo del pueblo alemán, como hijo del pueblo sobre el cual un grupo de criminales alcanzó el poder mediante promesas mentirosas, en nombre de perspectivas de grandeza, de recuperación del honor de la nación y de su importancia, con previsiones de bienestar, y también con la fuerza del terror y de la intimidación; así, usaron y abusaron de nuestro pueblo como instrumento de su frenesí de destrucción y dominio”.
El Papa Francisco hizo una visita de respetuoso silencioso el 29 de julio de 2016, dentro de lo que destacó el momento en que sentado en una silla estuvo solo rezando en la celda donde murió el padre Kolbe.
El 10 de octubre de 1982 el Papa San Juan Pablo II lo canonizó y lo declaró mártir por la caridad. Es también, como fundador de la Milicia de la Inmaculada, cuyo fin era lograr la conversión de los pecadores, herejes, cismáticos, infieles y, especialmente, de los masones, sin olvidar la santificación de sí mismos y todos bajo el patrocinio de la Bienaventurada Virgen María Inmaculada y mediadora. Un verdadero ‘Apóstol de la consagración a María’. “María es el don maravilloso que Cristo ha hecho a la Iglesia y a la humanidad. Para atraer a las almas y transformarlas mediante el amor, Cristo manifestó el propio amor iluminado, el propio Corazón inflamado de amor por las almas, un amor que le ha impulsado a subir a la cruz, a permanecer con nosotros en la Eucaristía y a entrar en nuestras almas y a dejarnos en testamento su propia Madre como Madre nuestra.”
El domingo 10 de octubre de 1982, San Juan Pablo II canonizó a su compatriota Maximiliano Kolbe en la Plaza de San Pedro. En su homilía comenzaba con las palabras del Evangelista San Juan: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”, que este Santo supo encarnar a la perfección, puesto que, como dijo el Papa Wojtyła, a partir de ese día “la Iglesia quiere llamar ‘santo’ a un hombre a quien le fue concedido cumplir de manera rigurosamente literal estas palabras del Redentor”. Y recordaba: “Hacia finales de julio de 1941, después que los prisioneros, destinados a morir de hambre, habían sido puestos en fila por orden del jefe del campo, este hombre, Maximiliano María Kolbe, se presentó espontáneamente, declarándose dispuesto a ir a la muerte en sustitución de uno de ellos. Esta disponibilidad fue aceptada, y al padre Maximiliano, después de dos semanas de tormentos a causa del hambre, le fue quitada la vida con una inyección mortal, el 14 de agosto de 1941.”
Juan Pablo II dijo que Maximiliano Kolbe, “prisionero del campo de concentración, reivindicó, en el lugar de la muerte, el derecho a la vida de un hombre inocente, uno de los cuatro millones”. Y de hecho aquel hombre, Franciszek Gajowniczek, vivía entonces y estaba allí presente entre quienes participaban en la solemne ceremonia de canonización. “…
P.JL