P. José Luis Correa Lira
Hoy es el día del patrono de todos los párrocos (y vicarios parroquiales) del mundo: Juan Bautista María Vianney (1786- 1859), más conocido como el Santo Cura de Ars.
Destacan su humildad, su predicación, su discernimiento y saber espontáneos, y su capacidad para generar el arrepentimiento de los penitentes por los males cometidos.
Gran y esforzado administrador del sacramento de la penitencia durante cuatro décadas a razón de más de diez horas diarias, llegó a hacerlo entre dieciséis y dieciocho horas por día durante trece años, desde 1830 hasta que enfermó en 1843. Se lo considera, por lo mismo, uno de los grandes confesores de todos los tiempos.
Ars, a donde fue enviado como cura párroco, era una pequeña aldea de 230 habitantes, “advertido por el Obispo sobre la precaria situación religiosa: “No hay mucho amor de Dios en esa parroquia; usted lo pondrá”. Bien sabía él que tendría que encarnar la presencia de Cristo dando testimonio de la ternura de la salvación: “Dios mío, concédeme la conversión de mi parroquia; acepto sufrir todo lo que quieras durante toda mi vida”. Con esta oración comenzó su misión. El Santo Cura de Ars se dedicó a la conversión de su parroquia con todas sus fuerzas, insistiendo por encima de todo en la formación cristiana del pueblo que le había sido confiado.”
De él escribió Juan Pablo II:
“Me impresionaba profundamente, en particular su heroico servicio de confesonario. Este humilde sacerdote que confesaba más de diez horas al día comiendo poco y dedicando al descanso apenas unas horas, había logrado, en un difícil periodo histórico, provocar una especie de revolución espiritual en Francia y fuera de ella. Millares de personas pasaban por Ars y se arrodillaban en su confesonario.”
Fue beatificado en 1905. El papa Pío X lo propuso como modelo para el clero parroquial y en 1925 el papa Pío XI lo canonizó.
Juan María estaba convencido de que había solo dos maneras de convertir a la aldea: por medio de la exhortación, y haciendo él penitencia por los feligreses. Comenzó por esto último. Regaló un colchón a un mendigo; dormía sobre el piso en una habitación húmeda de la planta baja o en el desván, o sobre una tabla en su cama con un leño por almohada; se disciplinaba con una cadena de hierro; no comía prácticamente nada, dos o tres papas mohosas a mediodía, y algunas veces pasaba dos o tres días sin comer en absoluto; se levantaba poco después de medianoche y se dirigía a la iglesia, donde permanecía de rodillas y sin ningún apoyo hasta que llegaba la hora de celebrar misa. Para una época moderna y voraz, ansiosa de evitar las molestias a cualquier precio, las mortificaciones del presbítero Vianney parecerán carentes de sentido, crueles, necias, e incluso quizá perversamente masoquistas. Pero en La filosofía perenne, Aldous Huxley muestra que solo a los austeros se les concede un conocimiento místico de Dios. Expresa que no sabemos por qué es así; solo sabemos que es así (…) Años más tarde, cuando hubo convertido a su parroquia y Ars ya no era Ars, dijo a un sacerdote a quien afligía la tibieza de sus propios feligreses: ‘¿Ha predicado usted? ¿Ha rezado usted? ¿Ha ayunado usted? ¿Se ha disciplinado? ¿Ha dormido usted sobre una tabla? Mientras no haya hecho usted todo esto, no tiene derecho a quejarse’.”
Fuertes y cuestionantes palabras de este gran santo.
P. JL