P. José Luis Correa Lira
La incredulidad vuelve a ser parte del mensaje del Evangelio. Juan nos transmite esa afirmación al final del texto leído en cada Eucaristía de hoy: “El que cree en mí nunca tendrá sed”.
Jesús enrostra a la gente que lo buscan por haberse saciado con el alimento que les dio (recuerden la multiplicación de los panes y los peces) y no por haber visto señales milagrosas (¡cómo si eso no lo fuera!).
Ahí viene el paso siguiente que Jesús invita a dar: trabajar por el alimento que dura para la vida eterna.
De nuevo le cuestionan diciendo que los antepasados comieron el maná en el desierto (y murieron), pero Jesús vuelve a responderles que no fue Moisés, quien les dio el pan del cielo, sino el Padre del cielo, pues el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo.
Finalmente, a la petición que le hacen, ‘danos siempre de ese pan’, Jesús se les revela como el pan de vida: ‘Yo soy el pan de vida’ y añade: “El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí, nunca tendrá sed.”
Esa es la experiencia que hacemos al comulgar en cada Misa. Panis Angelicus fit panis hominum (el pan de los ángeles se hizo el pan de los hombres); Verbum caro factum est, verbum panis factum est (el Verbo se hizo carne, el Verbo se hizo pan).
Por algo ya Alberto Hurtado recomendaba, aun antes del Concilio Vaticano II, la comunión diaria, cuando fuese posible.
Bendiciones al recibir ese pan del cielo.
P.JL
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