P. José Luis Correa Lira
El 13 de julio pasado se celebraba también a Santa Teresita de Los Andes, Juanita Fernández Solar, primera y hasta ahora única santa chilena, carmelita descalza, que a los 18 años entró en el Monasterio de las Carmelitas Descalzas de los Andes, a unos 90 kms. de Santiago.
Al año de estar en el convento murió de tifus y difteria. Ella asumió que moriría con alegría, serenidad y confianza. Sabía desde mucho antes que moriría joven, pues el Señor se lo había revelado, así como ella misma lo comunicó a su confesor un mes antes de su partida.
Murió el 12 de abril de 1920, después de haber recibido los santos sacramentos de la Iglesia y hacer la profesión religiosa in articulo mortis, faltándole 6 meses para acabar su noviciado canónico y poder emitir jurídicamente su profesión religiosa. Murió como novicia carmelita descalza.
Su naturaleza era totalmente contraria a la exigencia evangélica: orgullosa, egoísta, terca, etc. Así dio batalla contra todo impulso que no naciera del amor.
A los 10 años era una persona nueva, pues tenía como gran motivación la Primera Comunión que iba a recibir. Comprendiendo que nada menos que Dios iba a morar dentro de ella, trabajó en adquirir todas las virtudes que la harían menos indigna de esta gracia, consiguiendo en poquísimo tiempo educar y transformar su carácter.
Ella hablaba de Jesús, refiriéndose a Él como ‘ese loco de amor’. Cristo fue su único ideal. Se enamoró de Él; la invadió el amor esponsal, por lo que a los 15 años hizo el voto de virginidad por 9 días, renovándolo después continuamente.
La santidad de su vida resplandeció en los actos de cada día en los ambientes donde se desarrolló su vida: la familia, el colegio, las amigas, los inquilinos con quienes compartía sus vacaciones y a quienes, con celo apostólico, catequizó y ayudó. Era una joven alegre, simpática, atractiva, deportista, comunicativa.
Fue beatificada en Santiago de Chile el 3 de abril de 1987 y canonizada el 21 de marzo de 1993 en Roma por el Papa Juan Pablo II. En su homilía de canonización dijo el Papa polaco:
“En su joven vida (…) Dios ha hecho brillar en ella de modo admirable la luz de su Hijo Jesucristo, para que sirva de faro y guía a un mundo que parece cegarse con el resplandor de lo divino. A una sociedad secularizada, que vive de espaldas a Dios, esta carmelita chilena, que con vivo gozo presento como modelo de la perenne juventud del Evangelio, ofrece el límpido testimonio de una existencia que proclama a los hombres y mujeres de hoy en el amar, adorar y servir a Dios están la grandeza y el gozo, la libertad y la realización plena de la criatura humana. La vida de la bienaventurada Teresa grita quedamente desde el claustro: ¡Sólo Dios basta!
Y lo grita especialmente a los jóvenes, hambrientos de verdad y en búsqueda de una luz que dé sentido a sus vidas. A una juventud solicitada por los continuos mensajes y estímulos de una cultura erotizada, y a una sociedad que confunde el amor genuino, que es donación, con la utilización hedonista del otro, esta joven virgen de Los Andes proclama hoy la belleza y bienaventurada que emana de los corazones puros.
En su tierno amor a Cristo Teresa encuentra la esencia del mensaje cristiano: amar, sufrir, orar, servir. En el seno de su familia aprendió a amar a Dios sobre todas la cosas. Y al sentirse posesión exclusiva de su Creador, su amor al prójimo se hace aún más intenso y definitivo. Así lo afirma en una de sus cartas: “Cuando quiero, es para siempre. Una carmelita no olvida jamás. Desde su pequeña celda acompaña a las almas que en el mundo quiso” (Carta, agosto 1919) (…) fue eminentemente un alma contemplativa. Durante largas horas junto al tabernáculo y ante la cruz que presidía su celda, ora y adora, suplica y expía por la redención del mundo, animando con la fuerza del Espíritu el apostolado de los misioneros y en, en especial, el de los sacerdotes. ‘La carmelita – nos dirá – es hermana del sacerdote (Carta de 1919). Sin embargo, ser contemplativa como María de Betania no exime a Teresa de servir como Marta. En un mundo donde se lucha sin denuedo por sobresalir, por poseer y dominar, ella nos enseña que la felicidad está en ser la última y la servidora de todos, siguiendo el ejemplo de Jesús, que no vino a ser servido sino a servir y a dar su vida en redención de muchos (cf. Mc 10, 45).”
Santa Teresa de Jesús De los Andes es la primera Santa chilena, la primera Santa carmelita descalza fuera de las fronteras de Europa y la cuarta Santa Teresa del Carmelo tras las Santas Teresas de Avila, de Florencia y de Lisieux.
P. JL
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