P. José Luis Correa Lira
Hoy recordamos a otro matrimonio santo, más antiguo que los Martin. Se trata de san Enrique y santa Cunegunda, si bien litúrgicamente es la memoria de san Enrique, nieto de Carlomagno.
Como esposos vivieron una vida casi monástica (no tuvieron hijos) poniendo gran empeño también en la propagación de la fe en Cristo por toda Europa. Fue oblato de la Orden de San Benito y es patrono de todos los oblatos de la orden benedictina y de los que no tienen hijos.
Enrique es considerado el más grande apóstol de la paz en el segundo decenio del siglo XI y uno de los más destacados promotores de la civilización occidental, colaborando a la labor del Papado y de los monjes de Cluny, de cuyo abad San Odilón fue gran amigo.
Venció al rey de Polonia, rechazó a los bizantinos e intervino en los Estados Pontificios defendiendo los derechos de Benedicto VIII, el legítimo sucesor de Pedro. Su actividad se extendió también a la reforma espiritual del clero.
En el año 1014, junto con su esposa, fue ungido y coronado rey por el propio pontífice, en Roma. Con motivo de su coronación como emperador, solicitó al papa Benedicto VIII la recitación del Credo con la inclusión del Filioque, que era la fórmula popularmente aceptada en sus territorios francos y germanos. El papa accedió a su petición, con lo que por primera vez en la historia el filioque se usó en Roma. Este hecho sería de gran trascendencia, pues sería la justificación para la separación de las Iglesias ortodoxas orientales tras el cisma de Oriente de 1054.
Muestra de su gran virtud es este ejemplo: Al sentirse morir llamó junto a sí a los grandes del reino y, tomando la mano de su esposa, dijo a los padres de ésta: “He aquí a la que vosotros me habéis dado por esposa ante Cristo; como me la disteis virgen, virgen la pongo otra vez en las manos de Dios y vuestras”. Sus restos reposan en la catedral de Bamberg, al sur de Alemania.
El Papa Eugenio III canonizó a Enrique II en 1146; Inocencio III hizo lo propio con su esposa Santa Cunegunda en 1200.
Dios bendiga a la Iglesia y al mundo con gobernantes justos y santos.
P. JL p.jlcorrealira@gmail.com